NOCTURNO A LA TURCA
Es la hora en que las sombras cierran los horizontes del desierto. En el cielo rojo surge la primera estrella. El filo de la luna recorta el volumen de la tienda, guardada por un soldado de albornoz y alfanje.
Velos, alfombras, flores, adornan
la habitación.Entre almohadas y
alhajas y cojines, el aliento de un
animal cautivo. La mirada oscura
recorre el pelo negro echado sobre
el hombro; las perfumadas frutas de
los senos; las piernas fuertes, de
quien creó caminos en la arena.
Silencio de laúd y una mano desliza
sobre la piel damasco.
El que mató el dragón bajo otra luna
tiene a su cargo la protección de la
doncella. Su arma y corazón,
palabra y mente, presos están a
un juramento. Ni hombres ni cha-
cales permitirá que violen el círcu-
lo que su mirada abarca.
Se esquiva el sueño a pesar de la no-
che y la fatiga; distantes el sultán y el
palacio con sus jardines de fuentes y al-
jibes de azulejos. La respiración del hom-
bre del otro lado de los lienzos. El rumor
de sus pasos. El blando sonido de los cas-
cos del caballo.
Mancha blanca en la oscuridad, la bestia
flexiona los miembros, inquieta: anhela el
día o el galope.
El hombre siente correr
la sangre por cuerpo.
La noche es amplia y solitaria y silenciosa y cálida. ¡¿Un suspiro o la seda acaricia la seda?! En la vaina tintinea el alfanje. Al plenilunio: tules, tapicerías, piedras. La luz busca la piel prohibida, el perfil, el flanco, un muslo de la hembra. Espejismo imposible en la penumbra: sobre la filigrana de la alfombra azul, reclina Zuleika su dorada languidez felina. Lejanos, casi irreales, el bazar, los alminares, el cadalso. Cumplen los pasos su circuito y el soldado vuelve al punto de partida. Con los brazos cruzados sobre el pecho, otea el horizonte.
¡Alá, el Omnisciente, nunca duerme!