La muerte del gato
La muerte del gato
Encuanto el gato que me habitaba moria
(siete vidas astutas bien vividas ahora moribundas)
un espejo explota todo un planeta,
la noche oscura abate mi alma
¿que más en mi quebrando se desangra?
¿Como quedar sin las paredes
las hiedras y orejas-de-gato
las noches de celos vagabundos
las peleas y el malandraje
los gritos en las madrugadas
las travessias de calles?
¿Sin el vicio por sardina
sin las macetas floridas
derramando leche o agua?
¿Sin los mimos
sin las mañas
el ovillo erizado
y el sillón beige rasgado
de afilar veinte garras?
¿Cómo perder el poder
de hacer temblar y correr
las ratas y cucarachas?
La octava vida parte, lunar,
en trenzas negras y platas
Ningún príncipe para despertarme
(pero tampoco, ninguna torre
de donde ser libertada)
¿La gran muerte llegara?
La quarentena pasó
y los brotes de un verde tímido,
los vigías guardianos,
me expulsan de la ciudadela
gritando una noticia:
“¡Oiga el poeta a forjar un dia más
martilla la bigornia,
no sonidos de cristal, bien de bronce,
las palabras, estera de mil campanas
despertando entera una ciudad,
escucha!”
Un último suspiro
apaga la llama de la pena de mi
seco los ojos, abro cortinas y persianas
con la fuerza danzarina de manos y brazos,
e felina, (a esto no renuncio!)
desperezo frente a un Sol acojedor
la letargia si, espanto
en una cascada helada
(cosa que gato abomina)
me peino, cepillo los dientes
visto viejos pantalones
y descalza, me preparo para rodar
unas tantas millas más
por estrechas vigilias escarpadas, no mapeadas