CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA (Gabriel García Márquez)

Crónica de una muerte anunciada (publicada en 1981), declarada por el propio autor como su mejor novela, es una obra basada en hechos reales, a partir de datos históricos, que narra un episodio ocurrido en un pueblo de Colombia. Es un género raro de Gabriel García Márquez, ya que generalmente escribe cosas fantásticas, como lo hizo en Cien años de soledad, por ejemplo, gran suceso que antecedió a esta obra. Lo único que trata de irreal, que huye del concreto en la Crónica, es la manifestación del alma de Yolanda de Mus, por medio de una misa de espiritismo:

“[…] el alma de Yolanda de Mus le confirmó de su puño y letra que en efecto era ella quien estaba recuperando para su casa de la muerte los cachivaches de la felicidad.”

Afirma el autor en entrevista a un periódico de España que en el libro “todo está traspuesto poéticamente”. Lo que ocurre es una mezcla de la crónica periodista con la literatura, con carácter policíaco, de investigaciones y relatos de varios testigos. Ha hecho adaptaciones de nombres y lugares. Solo tienen el verdadero nombre los miembros de su familia, porque estos lo han autorizado.

El libro trae la narrativa de la muerte de Santiago Nasar, involucrada de mucho suspense y varios protagonistas que antes de que se ocurriera el crimen ya conocen a los planes de los hermanos Vicario.

En defensa de la honra de la hermana devuelta a la casa de sus padres, tras la boda, porque no era virgen, los gemelos Pedro y Pablo Vicario han planeado asesinar al culpado para vengarse, lo que ocurrirá con extrema violencia. Ángela Vicario ha apuntado a Santiago Nasar como el responsable por su deshonra, pero la decisión de la niña de veinte años, que al matrimonio lo vía como una obligación impuesta por sus padres, no implica carácter malo, sino ingenuo. Lo hizo creyendo que sus hermanos no atentarían contra la vida de Santiago Nasar.

Tras la injuria contra la víctima, los hermanos empiezan a planear su muerte dolorosa. Se proponen a matarlo fríamente, de manera cruel.

“Después que la hermana les reveló el nombre, los gemelos Vicario pasaron por el depósito de la pocilga […] y escogieron los dos cuchillos mejores: uno de descuartizar, de diez pulgadas de largo por dos y media de ancho, y otro de limpiar, de siete pulgadas de largo por una y media de ancho”.

La narrativa hace una trama que prende al lector desde el inicio hasta la última línea. El lector se pone en expectativa, temiendo por Santiago Nasar, a partir del momento en que los gemelos se ponen en la tienda de leche esperando a él para matarlo con los cuchillos afilados.

La violencia es muy excesiva en la obra, y cuando ocurren los momentos más dramáticos del asesinato, las descripciones son tan increíbles que dan a lector la oportunidad de trasladarse hasta el instante en que ocurren, permitiéndolo imaginar incluso la expresión de las personas delante del hombre que se iba muriendo.

Los hermanos mataron a Santiago Nasar con muchos golpes. Hubo gritos de dolor. Golpes tras golpes: en la palma de la mano que le atravesó, por lo menos tres veces y en el lomo. Siguieron acuchillándolo hasta que se sintieron exhaustos y uno de ellos le buscó el corazón. Y como les parecía resistir aquel pobre hombre, Pablo Vicario siguió golpeándolo y con un tajo en el vientre lo dejó con los intestinos aflorados.

“Santiago Nasar […] vio sus propias vísceras al sol, limpias y azules, y cayó de rodillas”.

La descripción de la autopsia es vista como algo inquietante. “Fue como se hubiéramos vuelto a matarlo después de muerto” dijo el padre, que al final, sin saber lo que hacer con las vísceras destazadas, las tiró en el balde de la basura.

Por fin, terminada la obra no se sabe quién fue el culpado, pero el hecho es que, por razones desconocidas, Ángela Vicario ha cometido un gran error al apuntar Santiago Nasar. No hubo nadie que supusiera su deshonra ya que estuvo siempre con sus hermanas y su rigurosa madre.

Hasta el juez se puso alarmado por no haber evidencias de que hubiera sido en realidad Santiago Nasar el culpado, sin embargo no se podría deshacer la injusticia, porque Ángela se puso hasta el fin afirmando lo mismo que dijo a sus hermanos, y el hombre acosado ya no podía defenderse. Pero no se creía en su culpa.

“¡A quien carajo se le podía ocurrir que los gemelos iban a matar a nadie, y menos con un cuchillo de puercos!”

Nada justifica la brutal forma con que pusieran fin a la vida de Santiago Nasar, en medio a golpes, sangre y dolor. Una gran injusticia, por lo menos a nosotros lectores contemporáneos.

“Nunca hubo una muerte más anunciada” y tan cruel.

Maria Celça
Enviado por Maria Celça em 13/12/2013
Reeditado em 13/12/2013
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