ANTONIO MEUCCI - El inventor del teléfono
Categoría: Romance - Parte II
En la mente de los españoles hay una deuda enorme en las figuras de sus inmigrantes que no será borrada ni por los huracanes que azotan la ciudad donde la arquitectura madre del universo sembró celosamente las guarniciones perpetuas. Del gas que subía y bajaba por las calles inundadas de extranjeros, ahora alumbrado por los faros, lanzado tras las estelas del revolucionario elemento químico, de número atómico 26, con 26 protones, 25 electrones y una masa total de 56, había abrió los avances modernos de todos los procesos de transformación, incluso sociales: el ferrocarril.
Y así, fueron los benefactores avanzados más ventajosos del universo como uno de los más grandes portales de la esclavitud humana en el mundo de esa estación infeliz de las almas danzantes. El azúcar y el café se transformaron en un emergente chorro de hierba dorada que el diablo aplastó con sus cuernos y depositó en los anales de la burguesía monárquica y esclavista.
Como siempre digo: "La vida humana que mantiene el alma en una sombra es el camino más extraño de la biografía". Lo entiendo como si fueran el desquite de varios callejones y presentimientos que la progenie humana describe y no entiendo nada de los orígenes y estados psicológicos. Es importante destacar que La Habana fue simbólica por el innumerable desembarco de africanos en el golpe de los barcos negreros, esencia básica de las deshonradas remuneraciones. Y fue en la capital cubana donde duraron muchos años las condiciones neutralizadas del trabajo esclavo, como sangre salpicada en la vida cañera entre los dorados cafetales. Durante ese período, disturbios extranjeros vinieron a neutralizar el incesante y miserable mercado negro.
Los extranjeros Meucci y su esposa en sus adecuadas habitaciones junto al teatro más grande de América, el más lujoso del continente - Gran Teatro de Tóran, donde recibieron las mejores actitudes de confort y estancia, sumando un número aritmético de amistades en el mundo artístico y comercial. Con un puesto bien remunerado como escenógrafo y técnico de escena, no les faltaba satisfacción. Meucci no se cansaba de estudiar en su laboratorio improvisado en casa. Con varias obras en demasiada ocupación, este genio brindó relevantes tareas al gobierno cubano, y a su vez, acompañó en su difusión a todos los tratados científicos.
Un día, Esther se quejó de fuertes dolores con calambres en las piernas y dilatación de los vasos sanguíneos con reaparición de varices con variadas consecuencias, especialmente con dolor en las rodillas que llegaba hasta los pies. La hinchazón de la rótula en las articulaciones de las piernas, anteriormente solo en la pierna derecha, denotaba una inflamación. Con diversos tratamientos medicinales, que no fueron suficientes para aliviar la agonía. El médico de cabecera la examinó e inmediatamente atribuyó la artritis a sus principios. Meucci, con arreglos y dinero, compró todos los materiales para sus experimentos eléctricos. Explorando sus profundos conocimientos y fuentes experimentales basados en los estudios y teorías de Mesmer y Bertholon.
Ante estos obstáculos, el noble italiano cuestionó la causa histórica y los efectos de la enfermedad que avanzaba lentamente y neutralizaba las articulaciones. Involucrado en lecturas de artrología y anatomía, guerreando bajo este prisma de ser originado en parte por el trabajo repetitivo durante largos años en escenarios de teatro donde aprisionaba sus piernas en una sola posición de trabajo: la costura. Tal vez, en los primeros días de mala alimentación con ostentosa dedicación y mala circulación sanguínea como un hombre joven.
Indicando estudios fértiles en las teorías de Mesmer y Bertholon, quienes se refugiaron en los principios elementales entre microcosmos y macrocosmos en las gravedades de los elementos luz, fuego y electricidad. Entre tantos científicos estudiados, Meucci prestó atención a las teorías de Von Humbolt y en otras ocasiones a la teoría del compatriota, profesor, médico e investigador Luigi Galvani – El padre de la electricidad galvánica, que prueba con electricidad en los músculos de los animales producidos electricidad y reacciones químicas.
Hojeando horas y horas de madrugada, Meucci inspeccionó las circunstancias en que Bertholon atravesó por otras vías científicas los descubrimientos dirigidos al campo eléctrico universal, aunque con cautela, el genio italiano afinó las teorías con las que demostraba en los certificados de los anuncios de ese tiempo con resultados positivos para gastar en sus inventos.
Antonio Meucci, el científico diseñó y rediseñó en la fría madrugada durante varias noches una solución capaz de absorber el dolor que tanto dolía a su esposa. Alambres y bobinas de cobre cubrían el laboratorio. Tantos amigos directos en relaciones llamaron a la puerta de su casa para traer pedidos contratados de varios materiales de Europa. Y fue desde allí en una habitación que Meucci creó un prototipo capaz de frenar por un rato la artritis que andaba silenciosamente en las piernas de su amada. Rápidamente se corrió la voz por el vecindario con una sola prueba en la rodilla de Esther que respaldaba una futura cura.
En Escocia, otro genio nació en Edimburgo, el 03 de marzo de 1847 con el nombre de Alexander Graham Bell.
En La Habana, el 5 de octubre de 1849, cuando un médico amigo de Meucci había pedido ayuda para utilizar su prototipo de electroterapia, que consistía en una delgada línea de bronce metálico con una bobina, dos guías de cobre y una batería destinada a dar descargas eléctricas a un paciente de reumatismo en la cabeza. Dirigió la primera voz humana utilizada en una descarga eléctrica para tratar una enfermedad en la cabeza de un paciente. Allí sentó un precedente de los bocetos, garabatos y proyectos que el florentino siempre tuvo en mente para una voz que habla por los hilos. Sin embargo, se sorprendió por la conexión desarrollada. Creo, sin ninguna fuente literaria, que el principio electromagnético de Meucci comenzó a funcionar cuando descubrió el comienzo de la enfermedad en las piernas de su esposa, quien sufría de artritis sin siquiera saber que podía transmitir su voz a través de cables en una transmisión técnicamente electrostática.
A fines de 1849, los cambios estaban creando una composición desagradable en la vida de la familia Meucci, los contratos renovados varias veces en el Gran Teatro de Tácon como ingeniero llegaron a su fin. En las clandestinas broncas al margen de la economía, el olor aturdido de la Ilustración en la Isla de Bohio emergió como un trasfondo en la gran expansión del liberalismo, el nacionalismo y las feroces ideologías sobre la economía y el subconsumo, desfigurando la capacidad industrial que se derrumbaba lentamente. Era solo una ola suave y sin efectos que ya se había extendido por Europa. Hubo comentarios privados sobre la gran cercanía privada de P2 que pronto susurraron al oído de Meucci que el gobierno cubano investigaba presuntos vínculos entre él y Garibaldi.
Por otro lado, el éxito del Morse en América llenó al florentino del deseo de penetrar en este nuevo mundo.
No habría vuelta atrás este inquietante folleto por ningún otro medio. Meucci discutió con su esposa la posibilidad de emigrar lo más rápido posible a Estados Unidos, llevándose consigo buena parte de sus ahorros. Aún conociendo las condiciones que vivió el mundo convulso en varios conflictos en Europa, la especie de cómo resguardarse en Estados Unidos ante una clase social colmada de migrantes. En este haz de innumerables problemas, el siglo XIX fue la clave del envenenamiento americano cuando en California había oro y la carrera desenfrenada de la fiebre del metal hacia Occidente en el surgimiento de conflictos territoriales y la utilización de mano de obra esclava.
A partir de este derrape puntual, las mercancías más allá de los conquistadores de esclavos gestionaron otras rutas intercontinentales a los choques abiertos de los defensores. Simpático es decir que la Ilustración causó un impacto inconmensurable en las organizaciones mafiosas de seres humanos, desgarrando el pico y las alas de nuestro presente, en otras palabras. No cabe la menor duda de que hay más personas esclavizadas en los últimos tres milenios que en toda la historia de la humanidad.
¡ADIÓS HABANA! – TIERRA QUERIDA
El 23 de abril de 1850, Meucci y Esther abordaron un barco con destino a Nueva York. En ese cuarto mes en que las aguas del Mar Caribe permanecieron en calma y los arrecifes de coral cubanos anestesiados por las corrientes tropicales en previsión de la venida del fuerte oleaje que otrora mantenía el equilibrio natural. Aquel colosal barco cortando el mar oscilaba entre las bellezas de los corales del Caribe, partiendo las olas por la mitad. Incansablemente guiaba la proa en una cadencia rítmica y melódica al son inevitable del mar, transmitiendo a popa el mero acompañamiento de los pasos de aquella estela oceánica. El agua venía a raudales en tubos giratorios y el blanco velo de pura espuma tumultuosa se deslizaba sobre las aguas salinas.
Meucci y Esther dejaron el camarote nº 33 con un amplio balcón, decorado por el cielo rosa que iluminaba las apariencias de los sueños unidos en las apretadas voluntades de rápida realización. Apoyados en el balcón, apreciaron ese hemisferio excepcional. Caminaron un poco más hacia popa, y desde estribor, contagiaron el universo de la vida majestuosa. Había más de ochocientos mil flamencos en el infinito cielo azul entre las confinadas y oscilantes olas oceánicas azules y verdes del Mar de las Antillas. El modesto plumaje rico en belleza en el perfecto color del rosa salmón al rosa naranja traía en la bóveda celeste otro cielo llameante. Era el mes de abril, el delicioso mes del amor que nacía sobre las blancas arenas de los pantanos cubanos, los picos curvos celebraban en parejas la placentera danza de la naturaleza amorosa por las agrestes laderas del Caribe. Los flamencos se acercaron y construyeron sus nidos en las marismas hasta el próximo mes de mayo cuando los machos regresaron despidiéndose de las hembras y polluelos que no pueden volar.
Abrazados en cubierta, Meucci habla, deslizando su mano sobre el rostro de su esposa, y dice:
-Haré todo por ti, Esther. Simplemente no seré capaz de abrir un camino terrestre en este mar profundo. Cuanto más pueda encender una luz que revolucionará el mundo y ese día toda la abundancia por la que tanto lucho llegará a tus ojos.
Con una mirada dulce, dice:
-¡Alabado sea Dios en tus palabras! Entiendo mi amor, con la abundancia estarán tan cerca. Y la familia tendrá la mejor ropa de abrigo de Norteamérica para bañar el alma en las aguas del Pacífico.
-¿Qué te parece abrir un pequeño negocio allí?
-Es la mejor sugerencia. Mientras trabaja y descansa, use ideas para sus experimentos. Cuando lleguemos a Nueva York, iré a ver a un médico para que me diagnostique la hinchazón en la rótula y el dolor en las piernas.
-¡Amar! Como todo es divino, no siento nada y parece que me voy a mantener tan saludable como antes.
-Que sea tu deseo y el mío, porque juntos somos una misma energía que estalla en un conductor sin fronteras de amor.
-Lo radiante que estás hasta enamorado impone las magnéticas revelaciones de esa loca atracción que me hace tuyo todos los días. No me hables así, terminaré acercando mis labios a los tuyos.
-Es la armonía de ese sentimiento lo que me hace alcanzar tantos éxitos. Esther, he estado pensando mucho en el tema del idioma. No entiendo nada de inglés, sé que nuestro medio de comunicación en la nueva América será difícil en principio.
-No será por eso. De la lengua materna italiana al español no fue difícil, y sin duda la lengua americana será un paso más.
Mientras tanto, la embarcación seguía el ritmo de las aguas entre las noches y los días. Con un exitoso aumento de temperatura, ingresó al Océano Pacífico desde el mar más grande de la tierra, eternamente azul y verde.
NUEVA YORK - MAYO DE 1850
Sin demora, el 1 de mayo de 1850 iluminó con un rayo de sol joven, radiante de esperanza, el gran navío atracado en el puerto más concurrido del mundo, el más comercial de todos los tiempos. Entre tantas miradas de la tripulación, la patria de millones de inmigrantes se disponía en la búsqueda de mejoras, alejándose de temas políticos con raíces lejanas a sus lugares de origen.
Al desembarcar, Esther esparce una amplia sonrisa, señala con el dedo y dice:
-¡Mira a Meucci! ¡Una paloma blanca volando hacia nosotros! ¡Que hermoso!
Completamente jovial, Meucci dijo:
-Es la gracia que conecta tus alas con dimensiones energéticas haciéndome soñar, soñar y soñar a cada paso.
Ella advierte diciendo:
-¡Por favor! El primer paso en Estados Unidos y la hermosa Nueva York tiene que ser con el pie derecho.
El viento americano ciñó el cabello de la mujer, extrayendo el sombrero, Meucci corrió a buscarlo, agarrando el bolsillo de la chaqueta negra grisácea llena de libretas y apuntes. Desde la zona portuaria y sin hablar la lengua materna de los Estados Unidos, el genio florentino pidió información sobre lugares para hospedarse.
Sin demora, encontraron en el nuevo y pobre barrio de Nueva York, en Clifton - Staten Island, una gran casa con varias ventanas y habitaciones en la zona verde de la ciudad. Con los ahorros de hacer negocios en Cuba, Meucci pudo comprar rápidamente propiedades residenciales. En Clifton pronto surgió una cuna de amistades con los inmigrantes italianos que llenaban la ciudad. Después de dos meses, el 30 de junio de 1850, el viento trajo a las aguas del Pacífico al hermano compatriota exiliado, primo gran del ala secreta de la Joven Italia, el amigo Giuseppe Garibaldi, el primo boreal. La pareja Meucci y Esther esperaban en el muelle, mientras los transbordadores de vapor calentaban la travesía entre Staten Island y Nueva York en el poder del transporte de pasajeros en el que se construyó la Richmond Turnpike Company, que operó hasta mediados de la década de 1850, siendo vendida a Ferrocarril de Staten Island, encabezado por el empresario Jacob Vanderbilt.
Al ver a Garibaldi, la pareja le dio la bienvenida con pañuelos rojos, facilitando el reconocimiento del “hombre - camisa roja” entre la multitud. El peso de la reconocida presteza en el último grado de compañerismo señalaba suavemente las sonrisas que fluían en la sazón de la fraternidad de los pocos meses en Florencia. Entre abrazos y apretones, el general Garibaldi se sintió como en casa hasta cruzar las fronteras desconocidas del exilio junto al ayudante coronel Paul Bovi Camping (El Caballero de la Orden de Italia). Allí, Garibaldi pudo quemarse los ojos en el consuelo de su patriota hermano Meucci.
Planes, conversaciones, proyectos y dinero eran las marquesinas que perseguían los dos compañeros al frente del aprecio. De vuelta en casa, Meucci invitó a Garibaldi a una conversación privada bajo un árbol. Rascó el suelo con púas de aluminio de forma triangular, esperó a que el viento se levantara en dirección a los cerros, esquivando los silbidos.
Prontamente respondido, preguntó:
-¡Hermano! ¿Cuándo llegará el caudillo a la punta de la extravagancia?
Garibaldi torció los brazos y cruzó el pecho, diciendo:
-¡Primo! Llevo una espada en mi pecho donde mi alma sangra por todos lados.
En ese momento impetuoso, los ojos se enfurecieron y las lagunas formalizaron el desagrado en el rostro. Meucci preguntó:
-Camarada Borel, ¿usted fue a la Logia?
-No. Pero la desgracia se llevó mi auriverde Anita. No sé cómo vivir con los amargos senderos de la separación. Si el sol abrasaba Lombardía, más adelante me enfurecía el regreso del papado a Roma. Todo en un almacén que acaba en Europa. Si es necesario, destrozaré la sangre austriaca y francesa por los dos lados. Sin embargo, aprendí mucho a combatir el vacío de mi sombra en la “T”. Sabe, hermano, que el diablo no perdonó ni los cerros donde pude darle a mi amada Anita un justo y merecido entierro. Montículos negros se extendieron por mi columna, cegando el suelo y golpeando las cuerdas. Alguien de P2 soplado con azufre me traicionó en San Marino. Y las bocas de las hormigas esparcían fuego en todas direcciones de tal manera que no tuve oportunidad de preparar mis fuerzas.
Meucci, mirando el clima de espaldas al árbol, habló en voz baja:
-Todo esto me duele al saber que la hija brasileña Anita se ha roto en tus brazos entre los callejones cruzados por un amor. Le agradezco las cartas que me ha dirigido. Envié a otros en las reparaciones oportunistas de la “T”. Creo que Cavour sabrá avivar la lista que tiene el ascua de P2. Si la masonería francesa cierra el cubículo, las venas pronto estarán sangrando. Marx ha tenido mucha influencia en París, pero no veo una tradición social que pueda remodelar al oponente. No creo en las intervenciones con discusiones filosóficas odiadas por todos. Si las estrellas francesas supieran analizar los filamentos inflados por cada piedra “T”, no habría esperanza de que un jacobino renaciera.
-¡Primo! Espero que puedan despertar los ojos con la ayuda de Cavour. Necesitamos cristalizar cada ángulo. Si Mazzini acepta una subvención P2, otras consideraciones pueden y deben inhabilitar a la monarquía y al clero dejándolo caer sobre Roma.
-Esperamos las direcciones del sol al mediodía en el portal central. He aquí, un turno pasará la noche en una próxima reunión aquí en Nueva York. Lo único que lamento es que no se pierda tiempo en cada golpe y que los hermanos no se lancen contra las heridas de la “S” enrollada.
-¡Hermano Meucci! Llevé noticias a los hermanos de Brasil en la ciudad de Río de Janeiro. luego en Rio Grande do Sul y Florianópolis. Varias concentraciones y consejos se reparten en cada tienda. Todo esto por la “R” compartida entre los hermanos. Estamos esperando nuevas misiones de esta “T” antes de que se abran otras tiendas sin confrontaciones con la iglesia. Las revueltas se resolvieron con resultados prometedores en ese pueblo belicoso y en otros lugares.
-Sabed que daré cobijo a los hermanos y patriotas sin distinción. Y en este período combativo, haré las mejores horas de este intercambio. Los vigilantes de Roma escudriñan sus oídos y olvidan la cruz negra clavada en el cardenal a los ojos del papado donde discrepan entre dos reinos.
Meses después, Meucci con la ayuda de Garibaldi instaló la primera fábrica de velas en América en 1850, en la ciudad de Clifton en Nueva York. Con escasos ingresos iniciales en la fábrica donde empleaba a muchos inmigrantes italianos, Meucci continuó sus estudios sobre el campo eléctrico en cables, trefilados y otros proyectos con el ferviente apoyo de su amigo Garibaldi. Tres años después, Garibaldi sintió y enfrentó la necesidad del mar, captando la atención de llamados a partir de los cuales la logia demostró nuevos roles para unificar la tierra prometida. Solo, Meucci dividía sus horas con la fabricación de velas en el tiempo que pasaba en el laboratorio. Nuevos inventos asolados en la competencia de hacer dinero no brotaron en el comercio como predijo el genio.
A mediados de 1853, Meucci estaba preocupado por el estado de salud de su esposa, sin un diagnóstico certero, la enfermedad en las piernas iba evolucionando, la noche hacía imposible que Meucci estudiara los experimentos. Subiendo y bajando las escaleras del primer piso al sótano rápidamente, en ese momento, investigó:
-¡Ester! ¿Sigues teniendo dolor?
-Ha pasado. Solo tengo ganas de dormir... Descansar un poco más.
-Con la medicina mejorarás. ¿No quieres que me quede cerca de ti ahora?
-¡No amor! No será necesario. Desde esta cama puedo verte trabajar en el sótano. Todo es suficiente para meditar y sentir tu presencia. Mañana estaré mejor y saldremos a caminar.
Meucci permaneció junto a la mujer que le acariciaba el rostro y se durmió. Pasaron los años, ni siquiera las descargas eléctricas respondieron a las pruebas del genio. La hinchazón de las piernas provocada por la artritis aguda importó en la agonía que tiñó el corazón de Meucci. En el año 1854, con varias visitas médicas y diagnósticos con tratamiento intensivo, no defendieron el estado morboso afectado.
Una noche pidió té. Prontamente respondido, Meucci preguntó:
- ¿Sigues sintiendo dolor? Veo que la hinchazón ha bajado y voy a luchar para acabar con esta agonía. Todo esto me desespera, Esther.
Sonriendo con la mano en la barbilla, dijo:
-No se preocupe conmigo. Ve a estudiar a tu laboratorio y desde aquí puedo mirarte en mis sueños.
-¡No amor! No puedo sentarme ni abrir los ojos para leer. Estoy dispuesto a quedarme contigo para siempre. Quiero y quiero siempre que tu amor se ocupe de este problema. La salud primero y el trabajo después.
- Tus palabras me consuelan.
-¡Ester! Un informante me dijo que en Francia hay un excelente curandero. Si puedo vender más velas y negociar la venta de algunos inventos patentados. Resolveré este problema.
- Que todo se resuelva con nuestro deseo.
En la apertura del año en 1855, la tristeza golpea a Meucci con cobardía y su esposa postrada en cama pierde el control de sus piernas en la intensa invalidez permanente. Avergonzado en sus actividades comerciales e intelectuales, el inventor del teléfono corría constantemente entre la habitación del segundo piso de su esposa y el laboratorio del sótano. Una tarde, Meucci se puso rápidamente a trabajar con los hilos y bolillos que había estudiado en Cuba. Pronto, perfeccionando el toque magnético de la voz humana sobre el hilo eléctrico de cobre distribuido por el conector entre la habitación de Esther y el laboratorio ubicado en el sótano.
Ester le dijo a su marido:
-Sé que tus pies no se cansan de subir esta escalera. Ya he comprobado que pasan cien veces al día.
-¡Ester! Ya complete todo el proceso del piano con barras de cristal sin el uso de acero. Ahora ya no necesito subir varias veces, tienes el teléfono parlante en tus manos. Encontrarse.
En ese momento se erigió la comunicación entre el sótano y el dormitorio de la mujer en el primer piso de la casa. Los vecinos que visitaron a Esther difundieron la noticia del hilo parlante por el barrio, otros dijeron que la boca del embudo soltó la voz en la casa de Meucci. Muchos amigos cercanos a la familia del vecindario compartieron la instalación del prototipo de teléfono parlante. Ese año, Meucci nunca imaginó lo que podría venir adelante con ese dispositivo que cambiaría a todos en el mundo.
En 1856, Meucci estableció la primera cervecería más grande en Staten Island con el nombre de Clifton Brewery, después de lo cual creó varios inventos notables. A principios de la década de 1860, realizó un trabajo a pedido de Enrico Bendelari, un comerciante de Nueva York y dueño de la empresa E. Bendelari & CO, para transformar los corales rojos en un color que fuera valorado en el mercado, ya que vendía muchos colorantes líquidos a varias partes del mundo. Entre velas de parafina y otros utensilios de gran necesidad, Meucci se adelantó a su tiempo en relación a cualquier otro inventor por la disparidad de nuevas creaciones. Sobre el mostrador del laboratorio, se desplegaron innumerables modelos de teléfonos, se amontonaron redes de cables, bobinas, baterías y muchos otros objetos para examinar.
Atento a la enfermedad de su mujer y compartiendo su tiempo con tantas otras obligaciones, Meucci ya celebraba con orgullo la inmensa hazaña propiamente dicha para el uso del teléfono parlante. En ese año de 1860, Meucci siempre pudo contar con la ayuda de pequeños préstamos de su amigo Enrico Bendelari. Y corrió hacia el hermano, diciendo:
-¡Bendelari! Realmente necesito su ayuda para recaudar fondos para mi teletrofono parlante, se que su ayuda me fortalecerá a tiempo con el regalo más hermoso para Italia. Este sueño me ha perseguido durante años. Hoy mi dibujo llegó a su fin. No tengo más dinero para adelantar. A la fábrica de velas no le va muy bien. Me dirijo a mi amigo para que interceda ante los hermanos italianos por fondos urgentes.
El científico llevó al empresario al laboratorio y le mostró el proyecto de trabajo, cuando Bendelari exclamó:
-¡Meucci! ¡Es todo increíble! ¡Dios mio! ¡Es un fusible para la humanidad! Esta característica es totalmente diferente de otros prototipos que haya construido. En cuanto a mi situación para participar en la financiación. No puedo ayudarte ahora. Estoy casi en bancarrota con el negocio en Toronto. Viajaré mañana temprano a Italia para recaudar fondos.
-¡Por favor! Entrega estas cartas a mis hermanos. Busca a Garibaldi estés donde estés ya Cavour.
Tomando órdenes, Bendelari dijo:
-Haré todo lo posible más allá de lo que me pidas. Guarde este sobre para pequeños gastos. Necesitará.
El comerciante Bendelari se fue, llegando a Italia sin éxito, la situación era muy grave en cuanto a los cambios radicales de la unificación de la Joven Italia. En esta elección, Niza y Saboya fueron cedidas a Francia en los acuerdos de Cavour y Victor Emanuel II. A su regreso, Bendelari informó a Meucci que no encontró a Garibaldi y se enteró de que este último estaba molesto con la decisión de Cavour, habiendo abandonado Génova con mil soldados hacia Sicilia. Aseguró que había estado en reuniones con los hombres de la burguesía italiana que defendían los vínculos de la Joven Italia sin retorno viable para el presente caso.
Tales hechos entristecieron al inventor, quien no pudo amortizar los pagos de los empleados de la fábrica de velas. Las deudas crecieron a favor de los acreedores que, aprovechando la coyuntura europea, no saldaron sus deudas. Insatisfecho, publicó su tesis sobre la invención del teléfono en un periódico en lengua italiana que se difundió en Nueva York ese mismo año.
CLIFTON - DE LA MISERIA Y LA SUBASTA DE SUS BIENES
Tambaleándose entre tantos pleitos por deudas, el 13 de noviembre de 1861, Meucci ve sus bienes sacados en subasta pública, incluso la residencia donde vive con su mujer es subastada para saldar las deudas. Esta lúgubre página en la que palpita todos los sentidos del hombre inventor le hace retroceder ante la vergüenza cuando aparece por las calles de Clifton. Algunos vecinos comentan:
-Qué está pasando en la casa de Meucci. Todas las puertas están cerradas.
Otro vecino agrega:
- Toqué varias veces para sacar frutas y comida. Golpeemos más fuerte, tal vez esté enfermo.
Un vecino reafirma:
-Ya hice todo lo posible por comunicarme con él y me doy cuenta de que no hay nadie en casa.
Un señor llamado Jandre, recolector de la fábrica de velas, aparece en medio de la conversación y pregunta:
-¿Qué está pasando con él?
Los vecinos denunciaron los hechos, y el hombre llamó insistentemente a la puerta, hasta que intervino Meucci con semblante desconcertado. En ese momento, el cobrador había entregado un sobre que contenía dinero del recibo de venta de velas no honradas por los deudores. El barrio advirtió contra las actitudes de los florentinos en alejarse de la convivencia. Después de dos días, el postor de los bienes se presentó en ese barrio, incluida la residencia con todos los muebles. Los paisanos intervinieron ferozmente contra el postor, alegando la precaria situación del inventor que lo movía, y por un acto de bondad dejó vivir a la familia en la residencia sin pagar renta por tiempo indefinido.
Hermanos compatriotas, ex empleados de fábrica, exiliados y amigos no abandonaron la casa de Meucci, imponiendo una solicitud al Consejo para los Pobres del Distrito de Clifton para recibir alimentos y ayuda financiera del organismo. Y nada de eso fue suficiente para que el noble inventor siguiera soñando. En los impulsos del corazón, fue una renovación para rehabilitar las angustias que masticaban por dentro y por fuera en una lavra que estallaba como un volcán. Años después, Meucci siguió con más coraje en pos de sus aspiraciones, desvelando nuevos secretos en el arte de crear y mejorar el teléfono, hablar sin ruido y aplicar un ritmo acelerado a los últimos retoques con recursos económicos insuficientes. El 2 de abril de 1869, Enrico Bendelari se casa con Mary Olivia, una solterona de Toronto en una celebración organizada por el reverendo AJ Broughall en Canadá.
EL DESASTRE DE WESTFIELD - 1871
Eran trece horas y treinta minutos de aquella tarde infernal del 13 de julio de 1871, al ferry de Staten Island Railway que hacía la travesía entre Clifton y Nueva York le explotó su caldera al deslizarse sobre Ferry Sul, más de ochenta personas sumaban los muertos .y cientos de heridos agonizan en horribles quemaduras. Entre las bajas estaba el cuerpo del pobre inventor Meucci con quemaduras repartidas por todo el cuerpo sin una explicación racional del accidente. La avanzada situación de precariedad en que vivía Meucci, esto fue la amplia combustión para la brutal desgracia en la tierra de los inmigrantes. Victimado por todos los problemas sociales y financieros, solo quedaba uno para quitarse la vida. La pérdida y los daños sufridos por el cuerpo del italiano nunca fueron reparados por la exitosa compañía ferroviaria de Staten Island.
Meucci, al llegar del hospital, estaba en la cama junto a su esposa inválida, y sus fuerzas estaban al borde de la vida o la muerte. Gimiendo profusamente sin rebeldía ante aquel lamentable suceso, Esther no pudo improvisar nada para aminorar el sufrimiento de su marido, sólo le pasó una mano suave por el rostro que sudaba desordenadamente escalofríos.
Multitudes de personas del barrio de Clifton recorrieron las calles y bajaron con paquetes de alimentos y medicinas. La casa llena de amigos eran fieles soldados de una amistad que Meucci y Esther construyeron con el tiempo, y que sonaron como las campanas de la Basílica de Santa Maria Del Fiore.
La fe cristalizada en la hermandad de aquellos inmigrantes italianos sin dinero y marginados por las crueles corrientes del capitalismo recibió la fuerza de Hércules para suspender a su pequeño y gran inventor florentino de cualquier obstáculo en cualquier momento. Fueron los dedos y las manos de tan humana y honesta sangre en la consecución de celebrar la sonrisa de su mayor inventor.
EL TELÉFONO FUE EL MAYOR ESPIONAJE INDUSTRIAL DE LA HUMANIDAD
Los meses pasaban como nubes cruzando el cielo, y Meucci, ya casi recuperado, el 12 de diciembre de 1871 firmaba ante notario un contrato para la creación de la Compañía Teletrofono con objetivos futuros de instalaciones en Nueva York, Europa y el resto del mundo planeta con transmisión de voz a través de cables de cobre electrificados. Con la crisis que azotaba la época, los socios de la Compañía no pusieron a disposición cantidad alguna para gastos, asumiendo únicamente los costos. A toda prisa, el día veintinueve de septiembre de ese año acudió al Departamento del Interior de la Oficina de Patentes de los Estados Unidos para registrar los derechos de invención de su teléfono parlante cuyos gastos por concepto de depósito se estimaron en el valor de US$ 250 dólares. Meucci no tenía el monto cobrado, indagando sobre el valor temporal de la licencia, el responsable manifestó que valía US$ 10 dólares y en el bolsillo del genio había una exigua cantidad de solo US$ 4 dólares.
Sin saber qué hacer y asustado por la elevada suma, midió la paciencia en su corazón sentándose en el suelo en la esquina de la calle. Momentos, Meucci bajó la cabeza y observó en sus pensamientos la fortaleza que poseía un hombre inclinado por el principio del bien. No muy lejos, un hombre de pasos acelerados, vuelve al llamado de la luz jadeando al grito fundamental de la Orden, y se acerca a Meucci, preguntando:
-¡Hermano! ¿Cómo te llamas y qué te puedo servir?
Levantó la cabeza hacia el hombre, sintió que la brisa levantaba la dulzura de la alegría del alma, y respondió al extraño diciendo:
-Soy Antonio Meucci de Florencia. ¿Sabes?
-Sí. He oído hablar mucho en las reuniones. Soy de Génova, mi nombre es Miquéas. Estoy contento de haber vuelto por la misma calle a tus llamadas.
-Soy feliz cuando la plenitud de las costumbres universales agita el espíritu vivo. ¿No quieres compartir la alegría en tu casa? Será la alianza más nueva entre nosotros hermanos. Estemos en la paz y la practicidad diaria al sembrar en la tierra de las pasiones el buen camino de la fraternidad.
-¡Hermano Meucci! Nada representa lo que se hace en otros lugares en el espíritu de la Justicia. Siempre usas las medallas triangulares de Salomón en tu reino. Y aprovechando nuestro paso, recibe este pequeño sobre, no es tanto, pero te hará sonreír el corazón de vuelta a casa.
Luego de eso, se despidieron en un fuerte abrazo, ciñéndose el cordón de la perfección. No mucho después, Meucci abre el sobre manila y ve US$ 12 dólares, y rápidamente paga la diferencia restante de US$ 6 dólares en la tesorería del Departamento de Patentes, registrando temporalmente su invención con reservas para renovar anualmente hasta el año 1873.
Fracasada, Companhia Eletrofono no tuvo éxito en la mente de los socios, siendo rescindida de pleno derecho. Preocupado por las condiciones actuales, en julio de 1872 Meucci y su amigo Angelo Bertolino buscaron el apoyo de Edward B. Grant, vicepresidente de American District Telegraph Co. de Nueva York, habiendo recibido el modelo original de Meucci para realizar los experimentos en las líneas telegráficas. Con promesas vacías enumeraron la distancia entre Meucci que después de mucho tiempo se cansó de esperar. Un día exigió la devolución del equipo, perdiéndose la respuesta.
Alexander Graham Bell llegó a la ciudad de Boston en 1873, siendo reconocido en Estados Unidos por su gran éxito en la escuela de los mudos, publicando tratados para sordomudos por toda América. Con tan solo 26 años, reservó inmensos intereses para la invención del teléfono. Cabe señalar con la debida particularidad y respeto que Bell ya tenía un amplio y efectivo conocimiento de la historia de Meucci con los inventos del telétrofono parlante. Aunque se desconoce por otros medios que hubo un feroz espionaje industrial en busca de fuentes para los diseños y modelos de Meucci.
La renovación de la patente de Meucci caducó en el desvío de la época sufrida por los trastornos familiares, los negocios incumplidos y el desgaste del tiempo el 28 de diciembre de 1874. Despojada de la grandeza de la P2 y sin cómo levantar las varillas de la “ T” y misericordia, sus primos estaban en tierras lejanas. Y por solo $10 dólares, Meucci no puede renovar la patente por un año más.
Incluso sin dinero, el fuego abrasador de las llamas de crear creaciones no dejaba de jugar día y noche con otros artilugios que eran imborrables para la vida actual.
Bell preparó dibujos de su invento sin mencionar que se trataba de un teléfono, patentado el 14 de febrero de 1876, dos horas después que el inventor competidor Elisha Gray. Bell en su laboratorio celebró con su asistente, el Sr. Watson, con la patente en sus manos, la creación más grande de todos los siglos: El Teléfono el 7 de marzo de 1876. Diciendo:
-Si el señor Meucci se tomó años y años para desarrollar un prototipo no hablante. Hice que su voz de Watson hablara en tiempo real en solo tres años y unas pocas horas de prueba.
Bell se puso en contacto con su suegro para financiar su mayor empresa jamás vista en ese momento sobre cables de cobre que transportan la voz humana, construyendo la poderosa Bell Company. Y repartió las comisiones comerciales de todos los que le ayudaban en contenido comercial. Mientras tanto, la noticia sobre el vencimiento de la patente de Meucci estalló en las tabernas de Nueva York y en varios lugares públicos. Inmediatamente, Meucci buscó a su abogado para presentar una notificación contra la patente de Bell ante la Oficina de Patentes de los Estados Unidos, lo que no sucedió por falta de dinero.
Ante los hechos, la pobreza se tragó los pensamientos del genio, ignorando la creación más preciosa desde el Teatro della Porgolla, que había sido un viaje del sueño robado y nunca realizado. Incluso con los contratiempos de la vida, Meucci buscó en todos los sentidos a los hermanos italianos para el último viaje de su vida. Sin embargo, el P2 resurgió brillantemente sobre un soporte frágil, superando a Meucci en la lucha por el reconocimiento de su teléfono parlante, y no careciendo de personas que testificaran sobre el genio.
Alexander Graham Bell fue demandado por Meucci, y ante la poderosa Bell Company perdió el caso. Apelaciones y agravios subieron y bajaron las trenzas. Confusión judicial sacudió las aceras de la Corte de EE.UU.
Una decisión sucia y odiada en los anales de la Justicia estadounidense hizo temblar el suelo cuando el juez William J. Wallace, bajo el escudo de la simpatía por Bell, alegó en la sentencia que Meucci solo había construido un juguete mecánico y no un teléfono electromagnético, que se desviaba de las pretensiones de la patente. Meucci demostró como buen inmigrante todas las formas de defensa y acusación contra Bell. Varios inventores y empresas que habían adquirido las patentes de Meucci se involucraron en los juicios en defensa del pobrecito italiano, solicitando que Estados Unidos anulara la patente de Bell, declarando preferencia a Meucci. Los escaños de la corte impusieron horrendo castigo a la vida de Meucci, entre las agudas tormentas que siguieron en 1884, la oportunidad en que Esther silenció para siempre al verdadero amor de la llave arrojada al Arno por Meucci. Los lamentos agónicos turbaron la necesidad de la amada, el choque psicológico que tembló en las carnes de Meucci. El tiempo no se ha detenido, ni la luna ha dejado de brillar en la bochornosa cotidianidad de las noches. Esther será recordada durante todo el recorrido allí donde haya un escenario, estará la diseñadora de vestuario sonriendo – Esther Mochi la luz radiante de Antonio Meucci.
Al año siguiente, el 29 de septiembre de 1885, la New York Globe Telephone Co. adquirió los derechos de la patente de Antonio Meucci, librando la batalla legal más sólida contra Bell sobre esta lámpara de brasas. Por el contrario, Bell Company demandó a Globe y Antonio Meucci. En 1887, el gobierno de los Estados Unidos demandó a Bell Company por fraude y tergiversación fraudulenta, con una decisión a favor de Meucci. En apelación, el dilema legal llega a la Corte Suprema de los EE. UU. con una disposición a favor de Meucci para esperar el juicio final.
En el tercer mes del año 1889, Meucci no pudo soportar más las esperanzas que batían las aguas del río Arno, y una pequeña llave amarilla arrojada a sus aguas en el año 1835, cayó cerca del lecho de Clifton. Aquel angustioso día lloroso del 18 de octubre de 1889, la llave mágica del amor se transformó en una rosa fragante en el rostro de Meucci formando un triángulo.
Y de la manera más conmovedora, Meucci demostró que la última sonrisa no será el dinero con la gloria, sino el sacrificio de haber luchado y llorado por un mundo más justo.
Pobre y sin hogar, dejó atrás las maravillas de sus creaciones para que la gente pudiera algún día recordar que su trabajo nunca fue en vano.
Han pasado ciento trece años, más de un siglo, el notable inventor Alexander Graham Bell se convirtió en archimillonario y marcó para este largo espacio el título de Inventor del Teléfono.
Pero la verdad siempre será verdad algún día. Y este destello vino a través de Basilio Catania, un doctor en ingeniería eléctrica siciliano, ex director del CSELT, jubilado en 1989, dedicó todo su tiempo a demostrar que Antonio Meucci es el inventor del teléfono. Y durante su investigación, recorrió el camino recorrido por su compatriota en busca de pruebas y, al final del trabajo, colocó en la agenda de trabajo de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos de América que, mediante Resolución No. 269 del 11 de junio de 2002, el Congreso americano reconoció a Antonio Meucci como el verdadero inventor del teléfono y murió pobre.