Una visita insólita
Una visita insólita
Por Belvedere Bruno (Niteroi-Río de Janeiro/Brasil)
En aquel lugar, parecía no existir vida. Todo se movía en cámara lenta. Los niños brincaban, pero les era difícil esbozar una sonrisa, y los viejos permanecían sentados, mirando el horizonte durante horas sin fin. No se escuchaban sonidos, y, difícilmente, el sol llegaba a despuntar. Las nubes eran una constante en aquel escenario monótono de una ciudad sin nombre.
Socorrinho tomó su vaso y lo llenó con agua de la jarra, mientras los mosquitos picaban su cuerpo cansado de lidiar con sus sesenta años. Se preparaba para dormir cuando vio que, sentada en el suelo, junto a la puerta, una mujer lloraba. -¡Qué vida! ¿Vale la pena?
Socorrinho, asustada ante la presencia de la desconocida, habló: -¿Quién es usted?
-Eso no importa, responde la visitante. Hable sobre su vida, cuente todas sus alegrías y tristezas. Vine en misión de paz. ¡Tranquilice su corazón, en nombre del Señor!
Mirando hacia el cordón con un colgante en forma de hoz que la mujer traía colgando de su cuello, Socorrinho se estremeció. ¿Cuál sería el significado de esa hoz?-pensó.
Sin embargo, accedió, intentando narrar sus aventuras y sus desventuras. Habló sobre su infancia de niña pobre, abandonada por los padres y criada por abuelos irritables, su adolescencia coronada por una hilera de hijos de padres diferentes que, a medida que el tiempo pasaba, se fueron perdiendo por los caminos de la vida. Sola, pobre y triste, no contabiliza ninguna alegría. Revivió con intensidad todos sus dolores. Parecía que, en cualquier instante, su corazón se desgarraría por causa de sus pesados recuerdos.
Un extraño viento llegó, abatiendo la frágil ventana de su cuarto y haciéndola despertar. Se levantó con extrema dificultad, sin entender el cansancio que tenía.
Pasó las manos por sus cabellos para contenerlos con un cordel ya que, tenía la impresión, estaban revueltos debido a los fuertes vientos. Se espantó al sentir apenas el cuero cabelludo.
Tomó, atónita, un fragmento de espejo para observar lo que había acontecido con sus trenzas y lo que vio al mirarse fue una imagen semejante a la de su madre, que muriera a los cien años, sin una hebra de pelo y arrugada.
Aquella noche, después de la insólita visita, Socorrinho envejeció años en la trama de tantas amarguras. ¿Todo aquello había sido real, o fue un sueño, un delirio? ¿Cómo había esa mujer entrado y salido de su casa sin que nadie la viese? ¿Había estado tan adormecida o embriagada como para sentirse ahora confusa?
Perpleja, observó el collar con el colgante en forma de hoz sobre su cama.
(Traducción: Norma Segades)