Colación de invierno
Mientras yo observaba desde mi puesto de comensal, aquella mujer de la mesa de la esquina sorbeteaba largamente el caldo de la contundente cazuela de vacuno que se estaba sirviendo. Parecía disfrutarla extrayendo todos los sabores de la carne y verduras que asomaban de entre el líquido humeante que ameritaba esa fría mañana de invierno. Después de curvar repetidamente su espalda acompañada del rítmico sorbetear del alimento, pasó sobre su frente una servilleta de papel que repasó sobre su boca y terminó restregándola en su nariz. Su mandíbula seguía moviéndose, engullendo el resto del migoso pan que remataba su rito alimenticio. Levantó su cabeza, volteando largamente su mirada hacia mí que ya me dirigía hacia la caja a pagar y cuando pasaba frente a su mesa, suspiró y exclamó: ¡Riiicoh! ¡Cómo no coméeerseloh! Y se reclinó hacia atrás en la silla sonriendo rosada y satisfecha… y abanicándose un poco con su mano. A esa hora, sentía yo, la temperatura de invierno comenzaba a ser más cálida y graciosa que antes.