EL JUEGO DE PELOTA EN LA PLAZA DESTRUIDA.

En aquella época habían conflictos entre los miembros de mi familia, para ser exacto, entre mi papá y mi madrasta.

Habíamos ido a vivir a un lugar en ruinas, cerca de San Jacinto, en la entrada de aquel lugar, subiendo unas escaleras se encontraba nuestra casa y la de nuestras vecinas, unas jóvenes mejicanas. Eran los dos únicos hogares que no estaban calléndose.

Enfrente de nuestra casa había una plaza, de baldosas sueltas donde los niños de aquel lugar se reunían para jugar pelota, era una pelota de plástico que traía alegria a los niños.

Al final del día, cuando aún los rayos de sol driblaban las hendijas, me senté a ver el juego, y pedi para que me dejaran jugar.

En un grupo siempre hay quien quiera dominar la situación, recibí como respuesta:

Vos no vas a entrar hijueputa! A lo cual, con calma le dije, no me tratés así, que mi mamá ya se murió y es lo más sagrado que tengo, a lo cual respondió, y qué pue! Hijueputa! De un solo salto me lancé sobre él y lo atrapé entre mis piernas, mientras él estaba en el suelo, con baldosas rotas, levantó la cabeza y me clavó los dientes en el sovaco (tengo las cicatrices!) y me acuerdo de la temperatura de la sangre que resbalaba por mi brazo.

Le agarré el pelo e inmediatamente le golpeé la cabeza contra el suelo, abriéndole el cráneo en la parte de atrás, me quitaron de encima y se fue calle abajo, llorando y sangrando.

Supe que en sua casa le pegaron, nunca nadie vino a reclamarle a mi papá de lo ocurrido.

La muchacha que iba a mi casa a limpiar me echó agua oxigenada, mi honra defendida no me deja acordarme del dolor que debo haber sentido cuando me echaron el agua oxigenada.

09-01-24

StanleyAhuachapan
Enviado por StanleyAhuachapan em 24/10/2024
Código do texto: T8180903
Classificação de conteúdo: seguro
Copyright © 2024. Todos os direitos reservados.
Você não pode copiar, exibir, distribuir, executar, criar obras derivadas nem fazer uso comercial desta obra sem a devida permissão do autor.