Casualidad

Casualidad

Ana conducía su automóvil por la larga avenida de su ciudad. Aquella mañana había sido tumultuosa para ella. Estaba cansada por el exceso de trabajo en la Revista y pensaba lo que haría para relajarse el fin de semana.

Aquella ciudad, aquel empleo, cursos que realizaba…Todo era nuevo en su vida. Estaba allí desde hacía cinco meses y todavía no se había acostumbrado a todo. Había dejado atrás marido y dos hijas para realizar un sueño: ser supervisora de una gran revista. Había estudiado para eso y buscaba el crecimiento profesional.

La añoranza de su hogar, de su marido y de sus hijas era muy grande, pero sólo precisaba esperar cuatro meses más y estarían juntos allí. Marcos, su esposo, conseguiría una transferencia de trabajo, pero recién en diciembre. Al principio, sus hijas, Julia y Natalia, no aceptaban la idea de que su madre se mudara a otra ciudad mas entendieron que era preciso.

Ana estaba perdida en sus pensamientos cuando, de repente, se cruza frente a ella una moto a alta velocidad. Ana se asusta, frena el automóvil pero el choque es inevitable, un gran estruendo se produjo en ese momento. El motociclista cayó para un lado y la moto para otro. Ana bajó del auto asustada, sin entender lo ocurrido, de dónde había surgido aquel hombre entrando en la avenida de aquella manera. El motociclista estaba en el suelo. Luego aparecieron personas que llamaron a la ambulancia y a la policía. Ana no sabía qué hacer, no sabía a quién llamar y, atónita, se quedó allí, parada, viendo el trabajo de los médicos. El hombre fue conducido a un hospital. Estaba vivo, así que ella respiró aliviada. Por lo menos, estaba vivo. La policía le tomó declaración, pero como la infracción había sido del conductor de la moto, Ana fue liberada de cargos. La moto quedó destruida y el frente de su auto, también. Ella estaba bien, sin ningún tipo de herida, lo que era un milagro.

Sin noción de qué hacer, pidió información sobre el hospital y se dirigió hacia allá. Conversó con el médico y se enteró de que el hombre estaba fuera de peligro, aunque necesitaba permanecer en observación. Iba saliendo, cuando una curiosidad que sintió la hizo regresar. En la recepción, pidió información acerca de ese hombre y preguntó si podía visitarlo. Se dirigió a la habitación 12. El nombre de él era Caio, un abogado de la ciudad, respiró hondo y pensó que nunca había atropellado a nadie y ahora esto, justo un abogado. Se armó de valor y entró en la habitación. Su corazón latía con fuerza en ese momento.

Él estaba allí, tendido con una herida en la frente y otra en una mano parecía dormir. Era un hombre apuesto, su cabello revuelto le daba una apariencia de encanto. Debería tener unos 40 años. Se aproximó a la cama para verlo de cerca. De repente, el abrió los ojos y miró profundamente a Ana, como si quisiese comerla con sus negros ojos. Ella se estremeció, tomó fuerza y lo saludó. Él le respondió con una pregunta:

_Entonces, ¿Fue usted quien me atropelló?

_¡¡¡Yo!!! Yo no lo atropellé (Ana sonrió) ¡Usted se atravesó en el frente de mi auto, no pude hacer nada!

Él desvió la vista y dijo fríamente:

_Yo sé lo que hice, no necesita darme un sermón.

_Disculpe, no es un sermón. Sólo estoy intentando ser agrad…(él la interrumpió, regresando la vista hacia ella)

¡Voy a pagar por su auto! No se preocupe, tome mi dirección en la recepción que voy a compensarla por el perjuicio.

Ana se decepcionó con lo que él dijo ¡Qué hombre estúpido! Entonces, le dijo fríamente:

_Está bien, ya tomé su dirección.

_Es inteligente (dijo él irónicamente con una sonrisa)

_No es que soy inteligente (Ana se enojó), se equivoca. Soy justa, usted cometió una falta y tiene que pagar por lo que hizo, solo eso. Debería estar agradecido porque estoy visitándolo, pero no puedo esperar eso de un abogado. Son todos unos desagradecidos, se creen dueños de la verdad, aún estando equivocados. Hasta luego.

Ana salió de allí indignada. ¡Qué hombre estúpido! Otra vez pensó. La trató como si ella fuese la villana de la historia. Pues, ahora que aguantase, ella quería el auto en perfecto estado.

Al llegar a casa telefoneó a su marido y le contó lo ocurrido. Habló con sus hijas, también. Se tomó un baño y decidió pasar la tarde trabajando en casa. El sábado y el domingo no tuvo novedades. Durmió un poco más, vio algunas películas y leyó algunas páginas de un libro. Sin embargo, algo la incomodaba. La imagen de aquel hombre no salía de su cabeza, aquellos ojos, aquella sonrisa irónica, aquel cabello revuelto. ¡No! ¡No! ¡No podía pensar en aquel hombre! ¿Por qué él la perturbaba tanto? Sólo de pensar que iría a verlo de nuevo, la estremecía.

Llegó el lunes y llamó a la Revista para avisar que se ocuparía de su auto. Entonces, se dirigió hacia la dirección que tenía en las manos. Llegó al lugar, era una oficina grande, con un jardín y una placa que decía: “Dr. Caio Alberto Domingues”. Ana sonrió. Un nombre tan lindo, un hombre tan apuesto y con modales tan groseros. Entró y fue atendida por una señorita que le solicitó esperar porque él ya estaba llegando. Se sentó, tomó una revista y empezó a leer. Treinta minutos después, él entró. Estaba elegante de traje y su cabello arreglado con gel. Pasó tan rápido que no la vio. Ana se impactó, su corazón se disparó, sus manos estaban heladas. ¡Mi Dios! ¿Qué hombre era este? No entendía qué reacción estaba teniendo. Era una mezcla de miedo con atracción.

La secretaria le pidió que entrara. Sus piernas estaban temblando. Entró. Él estaba impotente, sentado detrás del escritorio. La observó de arriba a abajo por unos segundos y percibió su traje elegante y femenino. Detuvo la mirada en sus ojos y dijo con ironía:

_¡Ana es un nombre común!

_Para una persona común (respondió ella)

_Siéntese, por favor. Ya dispuse todo lo de su automóvil.

_Si ya dispuso todo, no tengo por qué sentarme. Que tenga un buen día.

Giró para salir, pero oyó el ruido de la silla. Él se levantó y dijo:

_Espere, por favor. No quiero que se quede con una mala impresión de mí, por favor. Siéntese.

La expresión de él ahora era seria. Ana se sentó, él continuó.

_Aquel día no comenzamos bien, vamos a iniciar diferente. Soy Caio Alberto, un loco que estaba con un problema y no pensó en las consecuencias cuando atravesó la avenida. Pido disculpas y estoy, estoy feliz porque usted está bien. No me perdonaría si le hubiese ocurrido algo.

La conversación mejoró a partir de allí y pudieron arreglar todo sobre la situación del auto de Ana. Terminada la conversación, Ana se despidió. Caio la llevó hasta la puerta y se ofreció para llevarla a casa ya que el auto de ella no estaba en condiciones. Ella le agradeció la gentileza, pero él cambió de planes, la invitó a almorzar ya que era mediodía. Ella aceptó.

En el horario del almuerzo hablaron sobre sus vidas, trabajos. Él era divorciado, había salido de un matrimonio sin hijos. Era de otro estado, su familia estaba lejos de allí. Se sentía muy solo. Hace 15 años que era abogado, tenía 45.

Al término del almuerzo, Ana se despidió y le dijo que se iría en taxi, pero las últimas palabras de Caio la perturbarían por días. Él le dijo:

_Ana, tú eres una mujer diferente. No sé cómo, pero quiero verte de nuevo. Estoy muy contento de conocerte.

Ana no sabía que decir, sonrió y salió sin mirar atrás. Su corazón palpitaba con fuerza, las piernas estaban tambaleantes. ¿Qué es lo que quiso decir con aquello? ¿Sería un piropo? Lo peor es que le había gustado.

Pasaron tres semanas, su auto se arregló pronto. Un día, a última hora, ella estaba saliendo de la Revista, cuando vio a Caio recostado en su auto. La esperaba. Él estaba elegante con su pantalón de lino negro, camisa blanca y saco negro totalmente abierto. Con una mano en el bolsillo mientras la otra portaba un rosa roja, tenía una sonrisa encantadora en los labios. Ana se sonrojó, no esperaba esto. Se quedó helada, sus manos sudando y su corazón acelerando. ¿Qué es lo que él podría pretender con ella? ¿Por qué estaba allí? Y lo que más la intrigaba era saber por qué se sentía nerviosa en su presencia. Cuando él se acercó, le ofreció la rosa y dijo:

_Esto es una invitación para cenar y no acepto un no como respuesta porque ya hice las reservaciones y nos esperan.

_ ¿Cómo puedes hacer una reserva sin hablar conmigo? ¿Qué estás haciendo aquí? Después de todo ¿Cómo averiguaste la dirección de mi trabajo y la hora en que salgo? En fin…

_ ¡Calma Ana! Es solo una invitación, todo bien si no puedes…

_Disculpa Caio, soy una tonta, por supuesto que acepto y te agradezco por la invitación.

Salieron en dirección al restaurante y fueron momentos mágicos. Aquel hombre rudo dio paso a un hombre sonriente, alegre, educado y, encima, apuesto.

Cuando se despidieron, Ana no aceptó que la llevase a casa. Justificó que no quedaba bien que una mujer casada llegara a altas horas a su casa acompañada de otro hombre. Él sonrió diciendo que no tenía preconceptos con las casadas, pero que respetaba la decisión de ella.

Ana llegó a casa, tomó un baño y se puso su bata. Era increíble que la imagen de Caio no saliera de su cabeza. Ya iba para la cama, cuando oyó el timbre tocar. ¿Quién sería casi a medianoche? Miró a través del vidrio de la puerta y no lo pudo creer. Era Caio con una rosa y una botella de vino. Abrió la puerta y por un instante, se quedaron mirando. El dijo:

_Tú dijiste que no quedaría bien llegar con un hombre aquí, pero no dijiste nada sobre que el hombre llegue después. Así que pensé que tal vez la gente podría…

_Caio, por favor. Es tarde, no confundas las cosas. Ana estaba atónita al terminar de hablar, pensaba cuál sería la intención de él al estar allí a aquella hora.

_Es solo una copa de vino. Prometo que después me voy, por favor.

_Está bien. Solo una copa de vino. Entra.

Tomaron vino, conversaron mucho y se rieron juntos de historias de sus vidas. Era tarde y Ana le pidió que se marchara. Él concordó. Al dirigirse a la puerta, Caio dijo:

_Ana, te quiero mucho. Confieso que desde la primera vez que te vi aquel día en el hospital, tu imagen no sale de mi cabeza. Siento deseo por ti. Si tú quisieras, te tomaría ahora en mis…

_ ¡Para Caio! ¡No continúes! Por favor, vete. El corazón de ella latía tan fuerte que parecía que él lo escuchaba.

_Solo me voy después de decirte todo. Sé que eres casada, Ana. No quiero hacerte daño. Solo quiero un momento de felicidad a tu lado.

_Caio, vete, voy a abrir la puerta.

_ ¡Espera! Sé que hace cinco meses que estás aquí y tu marido lejos. Estás sola, necesitada y…

_ Tranquilo Dr. Caio Alberto Domingues. ¿Quién eres tú para decir que yo estoy necesitada? Ana estaba roja de vergüenza y de deseo.

_ ¡Me dejas hablar, corazón!

_ ¡No soy tu corazón!

_ ¡Está bien! ¡Tú no eres mi corazón! Presta atención, Ana, yo también estoy necesitado de afecto, solo hace meses, como te dije antes. Salí de un matrimonio y no me involucré con nadie. Pero tú apareciste en mi vida y todo cambió. Tú despiertas en mi un deseo loco, te quiero mucho, mi bella. En ese momento, Caio se acercó a Ana y le tocó la cara, el cabello, tomó sus manos y sintió que estaba helada. Sus ojos se encontraron. Él parecía ejercer un poder sobre ella. Ana temblaba y no salía nada de su boca, estaba paralizada. Ella lo deseaba también y se dejó llevar por el momento.

Caio la miraba con mucha ternura. Se aproximó más, miró atentamente su boca y la beso largamente con un beso apasionado y calmo. Después la abrazó fuertemente, oyéndola dar un gemido.

_ No puedo, Caio. No puedo. Vete, no me tientes. No quiero hacer nada de lo que me pueda arrepentir. Se besaron nuevamente, tan apasionados como en el primer beso, solo que ahora, las manos de Caio paseaban en su cuerpo.

_Todo bien preciosa, voy a parar, me cuesta mucho. Vamos a combinar una cosa. No te voy a buscar más. Tú sabes dónde encontrarme. Si quieres continuar este momento, te estaré esperando. La besó nuevamente apretando su cuerpo contra el de ella, podía sentir el deseo de ambos era el mismo. Él salió sin volver la vista atrás.

Aquella noche Ana no durmió, su cuerpo quemaba. Al amanecer, llamó a su marido y le pidió que tomara un descanso del trabajo para verla. La respuesta fue negativa porque él no podía hacer eso ya que había pedido su transferencia para el fin de año y estaba, inclusive, trabajando todos los sábados, pues ese fue el acuerdo entre él y el jefe.

Pasados cinco días de lo ocurrido, Ana se sentía irritada, lloraba de nada. No dormía bien, no sonreía. La única cosa que le hacía bien era acordarse de los besos y de las manos de Caio. Tomó una decisión. Por la noche, se arregló, compró una botella de vino y se dirigió a su apartamento. Tocó la puerta dos veces. Él abrió, al verla sonrió diciendo:

_Mi bella niña, viniste.

_Pero solo para un vino.

_Ya es un comienzo.

El observó su vestido verde claro que dejaba sus hombros descubiertos. Apreciaba también sus piernas, ya que el vestido no llegaba a las rodillas. Usaba sandalias negras de taco, que dejaban aún más hermosos sus pies. Estaba preciosa y sensual. Ella también lo observó. Él estaba apenas con la bermuda del pijama, tenía bonitas piernas y un pecho que llamaba la atención. Ana entró, se sentó, él tomó las copas y sirvió el vino. Conversaron un rato, aunque uno percibía en el otro el deseo de tocarse. Entonces, Caio puso música y la invitó a bailar. Ella se negó, pero él insistió. Aceptó y luego estaban cuerpo a cuerpo, sintiéndose.

Caio la tomó en sus brazos y la besó suavemente en su cabello, en su cuello, en los ojos y, finalmente, un beso apasionado en los labios. Ana no se resistió, se entregó a aquél momento y Caio le dio una noche de amor como ella nunca había tenido.

Ya era casi de mañana cuando Ana decidió marcharse.

_No lo veré de nuevo Doctor. Esta ciudad es bastante grande para los dos, y no tengo por qué encontrarme con usted. Fue una hermosa experiencia, pero aquí ponemos también un punto final.

_Está bien, mi niña. Tú eres quien manda. Sin embargo, cuando quieras, estaré aquí esperándote. Sabes mi dirección. Y…tienes más…Tú eres una mujer diferente, nunca te olvides de eso.

Ana se fue. Pasaron muchos días desde aquel encuentro y cada uno llevaba su propia vida. Con una intensa rutina, ella no sentía el paso del tiempo. A veces sonreía cuando se acordaba de Caio, llegaba a sentir deseo cuando recordaba aquella intensa noche de placer. Pero solo cuando recordaba. Así, llegó el fin de año. Su marido y sus hijas llegaron y había mucha alegría entre todos. Al fin era una familia completa.

En un viernes casi de noche, al salir de su trabajo, encontró una rosa roja en el parabrisas de su coche. Giró la cabeza para mirar y no había nadie, salvo el guardia del estacionamiento. Se dirigió a él y le preguntó si había visto quién depositó aquella rosa en su coche. La respuesta era obvia: “un hombre alto, fuerte, muy simpático y vestido de traje”. Ella no tuvo dudas de que fue Caio Alberto quien estuvo allí. Entonces, sonrió con cariño y pensó: “esto es pasado, Caio”. Entregó la flor al guardia para que se la regalase a su esposa.

De lejos, un apuesto hombre vestido de traje la observaba darle la flor al guardia. El Dr. Caio Alberto Domingues sintió un leve dolor en el pecho. Aquella mujer era realmente especial. Ella estaba en su corazón, pero era parte del pasado. Un pasado que él llevaría muy bien guardado para toda la vida. Y, quién sabe, un día por una casualidad, la tendría nuevamente en sus brazos.

FIN.