Marisa y Manolo

“Simplemente un cuento: Marisa y Manolo”

En un reino distante de aquí, había una princesa que estaba prometida a un sultán de la India. En esos reinos las princesas están prometidas en casamiento y no pueden decir no a ese compromiso.

Lo que nadie sabía era que la princesa Marisa estaba apasionada por el vendedor de calzados, que la visitaba mensualmente para venderle los mejores y más bellos zapatos del reino. Manolo era su nombre, bonito, joven, educado. Sentía en su corazón lo mismo por Marisa, pero era algo imposible de acontecer entre los dos, por el compromiso de la joven.

Un día Manolo se declaró a Marisa cuando le colocaba un zapato, de los ojos de Marisa cayeron dos lágrimas porque ese era el mismo amor que ella sentía. Los enamorados acordarán un encuentro en el paraíso. Se llamaba Paraíso el lindo jardín que había en el reino, con muchos árboles, flores perfumadas desparramadas por el suelo, lindas hojas verdes y un lago que hacía del jardín un lugar encantado.

En el día marcado Manolo llegó primero al lugar, Marisa se demoró, porque no podía dar pistas de su salida. Al llegar corrió a los brazos de Manolo que la abrazó fuertemente, acogiéndola en sus brazos, aquella que era el amor de su vida. Diciéndole como la quería, como soñaba con ella todas las noches, como deseaba estar con ella todos los momentos y hacerla feliz. Entonces Manolo la besó suavemente sintiendo como Marisa temblaba en sus brazos. Cuando miró en sus ojos vio el deseo que ella sentía, comenzó a repartir besos en su rostro, sus orejas, su cuello. Marisa nunca había sentido deseos de esa forma. Quería a aquel hombre, deseaba a aquel hombre. Su cuerpo imploraba el cuerpo de Manolo. Así Manolo percibe que es el momento de hacer a Marisa su mujer. Besó su cuello,sus brazos, sus manos, su boca tan caliente. Mientras sus manos vagaban por todo su cuerpo, en la cintura, en la espalda, en las piernas, en los senos. Allí Marisa gimió, porque nunca había recibido un cariño así. Manolo se quitó la ropa, dejando su cuerpo desnudo, miró a Marisa y sintió tanto deseo, tanto amor, tanta pasión, que la tomó en los brazos, la acostó sobre la hierba y la amó por toda la tarde, allí en el paraíso. Al final de la tarde tuvieron que separarse, muchas lágrimas rodaron, porque sabían que sería el final de un amor que ni siquiera había comenzado, pero que guardarían para el resto de sus vidas, acordaron que todas las noches buscaría a la luna en el cielo y por ella mandarían mensajes de amor, para nunca olvidarse uno del otro.

Manolo sabía que nunca más volvería a estar con Marisa nuevamente, por eso tatuó a aquella mujer en su corazón. Se hicieron una promesa: Que se encontrarían en otra vida y sería felices. En cuanto a Marisa, esta continuó con su vida hasta llegar el día de su boda, pero nadie la vio sonreir, ser la chica alegre que siempre fue. Marisa estaba obligada a la soledad.

Una noche cuando salió al balcón de su habitación para mirar a la luna, percibió que había alguien mirándola desde el jardín del Paraíso. Marisa no lo pensó dos veces, se vistió y fue allí. Estaba en lo cierto, Manolo la esperaba lleno de pasión, allí se amaron por toda la noche, repitiendo todas las caricias anteriores y creando muchas más. Esta vez Marisa dio cariño a Manolo, que se estremeció a cada beso de su amada. Las manos delicadas de Marisa paseaban por el cuerpo de Manolo, mientras su boca le besaba por completo. Esa fue la noche de los amantes, y la luna como testigo, enorme en el cielo, iluminando sus cuerpos desnudos.

Cuando regresó a su habitación, Marisa seguía temblando sintiendo el cariño de Manolo. Lloró hasta que amaneció. Pero tenía conciencia que nada podía tornarse real en su vida, una promesa no podía ser rota en aquel reino.

Marisa se casó con el Sultán, tuvo un lindo príncipe. Manolo se casó con una campesina, tuvo una hija que parecía una muñeca. Eran felices cada uno con su pareja, pero lo que no sabían era que en sus corazones, cada vez que hacían el amor, estaban presentes allí Manolo y Marisa. No siempre los cuentos de hadas y princesas tienen un final feliz, donde el amor vence las barreras y los pre-conceptos.

El amor de Manolo y Marisa solo se llevaría a cabo en otra vida. Este fue su gran secreto, esperaban ansiosos a que sus vidas se apagaran, para juntarse nuevamente y poder finalmente concretizar el amor que un día juraron fidelidad.

Pasaron años, siglos. Dicen que las almas demoran hasta siglos para encontrarse nuevamente, pero en el momento que se encuentran luego se conocen. Pues bien, estamos en el año 2010, ha llegado el momento de que esas almas gemelas se encuentren.

Verano en la playa del Río Araguaia en Brasil, muchas personas venidas de todos los lugares están allí, paseando y divirtiéndose. Entre ellas un hombre de 55 años, un fotógrafo con encanto, que registraba con su cámara todo en la playa. De repente ve a una mujer bonita, que podría estar tomando el sol, aprovechando el día, estaba sentada con un libro en las manos, muy concentrada, sola.

Diego se aproximó e hizo una foto, estaba linda. Se aproximó más y la saludó. En este instante algo mágico aconteció. Cuando sus ojos se encontraron, intercambiaron sonrisas. La sonrisa de Luisa era linda, encantadora. Diego se sorprendió, porque su corazón latía fuerte , no sabía que decir, estaba paralizado delante de aquella mujer, dulce y sonriente.

Precisaba decir algo, entonces preguntó lo que estaba leyendo, ella le contestó que no leía, que escribía, que era escritora y que en aquel momento escribía poesías para el lanzamiento de un libro. Luisa recitó una poesía para Diego:

El agua y la luna

El agua sacia la sed

La luna sacia los sueños

Juntas hacen el juego del amor

Saciar los corazones apasionados

Declarar el deseo de los enamorados

La luna reflejada en el agua

El deseo reflejado en los sueños

Diego no sabía que decir, porque sentía pasión por la luna, y aquella mujer hacía un poema hablando del agua y de la luna, como si ambas estuviesen ligadas al amor, nunca había pensado en el agua de esta forma, y sintió allí un gran deseo de estar con ella dentro de aquel río dándose besos. Se asustó con sus pensamientos, como podía pensar así de esta forma de una persona que nunca había visto antes. Entonces se despidió y se fue.

Diego pasó el resto del día pensando en Luisa, aquella sonrisa, aquella voz, aquella poesía. Estaba tan perturbado, Miraba la foto de Luisa profundamente y se preguntaba si irían a encontrarse de nuevo. Pasaron dos días procurando hallar a Luisa en la playa, pero no se encontraron. Diego pensó que estaba loco y que aquella escena había sido solo un sueño. Era mejor olvidar. Continuó su trabajo en aquella tarde calurosa, cuando súbitamente la vio, estaba sola, caminando con los pies en el agua, vestía una ropa de playa, estaba mojada, pero se cubría con una toalla, apenas se veían sus piernas. Diego la miró, como era bonita y serena.

Estaba tan perdido en sus pensamientos, que Luisa lo vio, se aproximó, le sonrió, lo saludó y el no respondió solo miraba encantado, era como si ella jugase una magia sobre aquel hombre. Entonces Luisa le arrojó gotas de agua y se rió de el, y preguntándole si estaba bien. Diego dijo que si, que no sabía por qué era tonto delante de ella, porque su corazón se disparaba, porque sus manos se helaban. Luisa dijo que sentía lo mismo, pero no sabía por qué. Diego se aproximó, tomó su rostro en sus manos, miró en sus ojos, sintió su perfume, sus cabellos mojados, la besó profundamente, una vez, dos veces, varias veces. Luisa sintió su cuerpo estremecer, no de frío, si no de deseo. La toalla que cubría su cuerpo cayó dejando la muestra de toda su belleza. Diego la abrazó apretando el cuerpo de Luisa para si y la sintió.

en este momento percibe que la respiración de Luisa es fuerte y agitada. Diego la invitó para pasear juntos en la playa, anduvieron agarrados de las manos, sonrieron, conversaron, hablaron de sus vidas, de la luna, del agua, de la poesía, se entendieron, se conocieron.

Ya era noche, hacía frío y Luisa estaba con traje de baño, la playa estaba desierta, sentados solos en la arena, no sentían frío si no un calor que emanaba de sus cuerpos enamorados, parecía que ya se conocían desde hacía mucho tiempo. Entonces Diego tendió a Luisa en la arena, la besó como si conociera aquella boca, Luisa también lo buscaba con la boca, con las manos, con la voz. Se amaron en la playa, se bañaron en el río, se besaron y acariciaron. Cuando estaban cansados Diego la llevó a su chalet, para su cama y lo estuvieron allí toda la noche, la luna invadía el chalet cubriéndolos de luz y bendiciendo aquel amor, que nació hacía siglos, pero solo ahora se concretaba.

Diego y Luisa pasaron el resto del verano en la playa, después se separaron porque vivían en lugares diferentes, pero el amor que allí nació no murió, se encontraban y se amaban todos los fines de semana, comprendieron que nacieron el uno para el otro y que jamás se separarían, solamente la muerte lo haría, pero así mismo se encontrarían en otra vida para amarse nuevamente.

Ivanilda A. B. Maciel

San Miguel del Araguaia-Goiás

Diciembre / 2010

Pitufa
Enviado por Pitufa em 13/05/2012
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