PUNTOS DIFÍCILES DE COMPRENDER
En sus epístolas, Pablo elabora comentarios que han representado un verdadero tropiezo para los indoctos. Habla él de diversas leyes, como la ley de ordenanzas de la que trata en su epístola a los Gálatas, en la cual discurre sobre la imposibilidad de que esa ley pueda justificar al pecador.
A pesar de no ser nuestro propósito agotar el tema en cuestión, queremos ayudar a las almas sinceras a alcanzar el conocimiento de la verdad, la palabra de Dios, la palabra poderosa que salva nuestras almas.
El apóstol, tras referirse a la censura hecha a Pedro, quien estaba disimulando debido a los judíos que aceptaron el camino pero que aún se aferraban a las prácticas judías, afirma que el hombre no se justifica (se torna justo) por las obras de la ley. Gal 2:16.
Es necesario aclarar que la justificación no es la salvación para la vida eterna, aunque sea condición para tal. Es el favor de Dios, al no imputar a los hombres sus pecados, que les da derecho a la salvación a través del Evangelio eterno, mediante la purificación de la regeneración; después de todo, en otra época solo al pueblo de Israel se le consideraba un pueblo santo y nación elegida. Los ritos y el culto eran practicados por él y solo por él, razón por la cual se aferró a ese concepto, creyendo que podía salvarse. Eran las obras de la ley.
No es difícil entender que allí el apóstol hablaba de una ley que no se refiere a los Mandamientos de Dios. Esto es así porque el mismo apóstol dice, en su epístola a los romanos, capítulo siete, versículo 14, que la ley es espiritual y él carnal, vendido bajo el pecado. Él aborda este aspecto como un hombre natural y se coloca en la condición de hombre no convertido.
De esa forma, habla el apóstol en epístola a los Gálatas: “Pero sabiendo que ningún hombre es justificado por las obras de la ley, sino por medio de la fe en Jesucristo, hemos creído nosotros también en Cristo Jesús, para que seamos justificados por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley. Porque por las obras de la ley nadie será justificado”. Gal 2:16.
El apóstol habla sobre la ley en el capítulo tres, aunque lo hace en un modo tal que menciona una ley de obras, como leemos desde el verso dos en adelante. Observe: “Sólo esto quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por haber oído con fe? ¿Tan necios sois? Habiendo comenzado por el Espíritu, ¿ahora terminaréis en la carne?”. Gal 3:2 y 3. Además de hablar de la ley de obras, también dice: terminaréis en la carne.
Después de discurrir sobre la fe y la ley de obras, el apóstol dice en el versículo 10: “Porque todos los que se basan en las obras de la ley están bajo maldición, pues está escrito: Maldito todo aquel que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la Ley para cumplirlas”.
Es necesario notar que el apóstol se refiere a la ley de ordenanzas que constaban en la ley de Moisés, las cuales se escribieron en un libro y se colocaron al lado del arca del pacto. Dt 31:26.
Cuando él dice que Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros, él cita la ley mosaica, en la cual consta: “(…) Maldito todo el que es colgado en un madero”. Gal 3:13.
Aunque en el versículo 17 afirma que la ley que se presenta cuatrocientos treinta años después no invalida el testamento hecho por Dios, él no quiere decir que esa ley es la de los Mandamientos de Dios, sino la ley de Moisés. Y la prueba de este hecho la encontramos en el versículo 19, que dice: “Entonces, ¿para qué existe la ley? Fue dada por causa de las transgresiones, hasta que viniese la descendencia a quien había sido hecha la promesa. Y esta ley fue promulgada por medio de ángeles, por mano de un mediador”.
Muy bien, la Ley de Dios no tuvo la intermediación de los ángeles, sino que provino directamente de Dios; primero hablando directamente desde las nubes y luego a través de Moisés. Y se menciona esa intermediación en otra escritura, que dice: “Vosotros que habéis recibido la ley por disposición de los ángeles, y no la guardasteis”. He 7:53.
Consideremos lo que dice el apóstol en el verso nueve del capítulo cuatro de Gálatas. Allí está dicho: “En cambio, ahora que habéis conocido a Dios o, mejor dicho, ya que habéis sido conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres principios elementales? ¿Queréis volver a servirlos otra vez?”. Él habla de rudimentos pobres y débiles, y luego dice cuáles son ellos: días, y meses, y tiempos y años. Pero eso no nos debe llevar a presumir que esa censura se refiere a la observación de guardar el séptimo día, el sábado del Señor. Si así fuera, ¿cómo hablarían los demás apóstoles e incluso el apóstol Pablo sobre la caridad del amor de Dios que debemos tener, y que se traduce en guardar los Mandamientos de Dios?
Confirma nuestro argumento la escritura que dice: “Pues en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión valen nada, sino la fe que actúa por medio del amor”. Gal 5:6.
Vemos que, en un solo verso, se abordan dos leyes: la de ordenanzas, que decretaba la circuncisión; y la de Dios, que es la caridad o el amor — depende de la versión bíblica —, de acuerdo con 1 Juan 5:3, y que es la que tiene virtud, según afirma en el versículo (Gal 5:6).
Y reforzando lo que el apóstol escribió a los Gálatas, dice a los Corintios: “La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, sino el guardar los mandamientos de Dios”. 1 Co 7:19.
En su epístola a los Efesios, el mismo apóstol dice: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No es por obras, para que nadie se gloríe”. Ef 2:8 y 9.
El hombre se salva por la fe en Cristo. Pero para saber quién es Cristo, sugerimos leer el argumento intitulado “Justificados por Cristo”. Allí está la prueba de que Él es la Palabra de Dios, que se hizo carne y habitó entre los hombres, y que nos concede el poder de estar tanto en el Hijo como en el Padre y en el Espíritu, y que se traduce en Sus Mandamientos, que nos genera en Cristo a través del evangelio, y que nos hace ser fruto suyo, creados en Cristo, Jesús, para las buenas obras, que Dios preparó para que anduviéramos en ellas.
“ Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en la carne, erais llamados incircuncisión por los de la llamada circuncisión que es hecha con mano en la carne. Y acordaos de que en aquel tiempo estabais sin Cristo, apartados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, estando sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos habéis sido acercados por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, quien de ambos nos hizo uno. El derribó en su carne la barrera de división, es decir, la hostilidad; y abolió la ley de los mandamientos formulados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos hombres un solo hombre nuevo, haciendo así la paz. También reconcilió con Dios a ambos en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando muerte en ella a la enemistad. Y vino y anunció las buenas nuevas: paz para vosotros que estabais lejos y paz para los que estaban cerca, ya que, por medio de él, ambos tenemos acceso al Padre en un solo Espíritu. Por lo tanto, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Habéis sido edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas, siendo Jesucristo mismo la piedra angular. En él todo el edificio, bien ensamblado, va creciendo hasta ser un templo santo en el Señor. En él también vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”. Ef 2:11-20.
Muy bien, la enemistad deshecha en la carne de Cristo era la ley de mandamientos que consistía en ordenanzas. Versículo 15.
Es importante que se observe muy cuidadosamente que el apóstol hace referencia a la ley de mandamientos de ordenanzas, y no a la Ley de Dios.
El apóstol también dice en su epístola a los Gálatas: “Pero ahora, ya que conocéis a Dios o, más bien, que sois conocidos por Dios”. Gal 4:9. Es decir: cuando conocemos a Dios, pasamos a ser conocidos Suyos. El apóstol Juan recibió del Espíritu Santo la instrucción de cómo conocemos a Dios. Él dice: “En esto sabemos que nosotros le hemos conocido: en que guardamos sus mandamientos”. 1 Jn 2:3. Es interesante notar que solo pasamos a ser conocidos de Dios después que Lo conocemos.
Cuando el Señor estaba por subir a los cielos, concedió instrucciones a sus discípulos hablándoles cara a cara. Y dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea, será condenado”. Mc 16:15 y 16.
Ya que ordenaba predicar el evangelio, quien cree debe creer en el evangelio. Esto lo confirma la inspiración transmitida al apóstol Pablo, quien escribió a los Tesalonicenses: “Mientras que, a vosotros, los que sois atribulados, daros reposo junto con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Estos sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder”. 2 Tes 1:7-9.
Consideremos: ¿Quién no conoce a Dios? ¿Serían los indios no civilizados? Si así fuera, el juicio no se haría con justicia. Pues las Escrituras afirman que cada uno será juzgado según sus obras. Ap 20:13; Prov 24:12, última parte. O: “Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no se preparó ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Pero el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco”. Lc 12:47 y 48.
Asimismo, dice el apóstol:
“Todos los que sin la Ley han pecado, sin la Ley también perecerán; y todos los que bajo la Ley han pecado, por la Ley serán juzgados”. Ro 2:12.
Entonces, ¿quiénes son los que no conocen a Dios? Llegamos a ese conocimiento a través de la regla impuesta por Dios: dicen las Escrituras: “El que dice: ’Yo lo conozco’ y no guarda sus mandamientos es mentiroso, y la verdad no está en él. 1 Jn 2:4.
En su epístola a los romanos, Pablo hace una importante revelación sobre los hombres impíos y muestra las consecuencias de la impiedad luego de decir cómo se practica: el cambio de la gloria de Dios incorruptible en semejanza de criaturas, y que significa una transgresión a su Ley. Ro 1:18-32.
Para los evangélicos, parece no haber dudas sobre los nueve Mandamientos de la Ley de Dios, que son:
No tener otro Dios delante del Señor;
No hacer ninguna escultura; no postrarse ante ella, ni rendirle culto;
No pronunciar en vano el nombre del Señor;
Honrar al padre y a la madre;
No matar;
No cometer adulterio;
No robar;
No dar falso testimonio contra el prójimo;
No codiciar nada del prójimo.
Todo el problema parece ser guardar el día del Señor, el cuarto Mandamiento de la Ley de Dios, sistemáticamente negado por aquellos que dicen conocerlo.
Por esa razón, Pablo también habla en su epístola a los romanos sobre aquellos que conocieron a Dios pero que no Le agradecieron: más bien, en sus discursos, que equivaldrían a predicaciones, se desvanecieron; y, diciéndose sabios, se tornaron locos. Y que cambiaron la verdad de Dios en mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura antes que al Creador. Ro 1:25. Y es discurso, ya que no puede ser predicación, pues esta reúne una parte a la otra, mientras que los discursos son palabras vacías y doctrina de viento.
Las Escrituras nos dicen que la Ley de Dios se hizo en verdad y justicia, y que justos son todos Sus Mandamientos. Sal 111:7; 19:9. Así, si los hombres dicen que no matan, no roban, no codician por amor al prójimo, si no obedecen la santificación del día del Señor estarán sirviendo antes a la criatura que al creador.
En esa epístola a los romanos, el apóstol hace una severa advertencia a aquellos que, no obstante decirse conocedores de Dios y que dicen que no se debe robar, roban a Dios al retirar Su Mandamiento; o dicen que no se debe cometer adulterio, y sin embargo adulteran Su palabra. Dicen que podemos guardar uno en siete días, y no el séptimo día de la semana, el sábado instituido por Dios.
Y dice: “El nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros. La circuncisión, en verdad, aprovecha si guardas la Ley; pero si eres transgresor de la Ley, tu circuncisión viene a ser incircuncisión. Por tanto, si el incircunciso guarda las ordenanzas de la Ley, ¿no será considerada su incircuncisión como circuncisión? Y el que físicamente es incircunciso, pero guarda perfectamente la Ley, te condenará a ti, que con la letra de la Ley y la circuncisión eres transgresor de la Ley. No es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu y no según la letra. La alabanza del tal no viene de los hombres, sino de Dios.”. Ro 2:24-29.
El apóstol también dice que ningún hombre se justificará delante de Dios por medio de las obras de la Ley, porque lo que viene por medio de la Ley es el conocimiento del pecado. Ro 3:20.
Y agrega: “Pero ahora, aparte de la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la Ley y por los Profetas: la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él, porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con miras a manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús. ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la Ley. ¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles, porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión. Luego, ¿por la fe invalidamos la Ley? ¡De ninguna manera! Más bien, confirmamos la Ley”. Ro 3:21-31. Se recomienda la lectura del argumento titulado “La justicia de Dios y la de los hombres”. Allí podrá visualizarse más enfáticamente que la Justicia de Dios consiste en Sus Mandamientos o en Su Ley.
También vemos atribuirse diversos nombres a la Ley de Dios, como la Ley de la fe.
¿Habrá alguna duda de que el apóstol está destronando la ley de obras, de la cual los judíos se jactaban, y estableciendo la Ley de Dios? Sí. Vimos cómo se excluía la ley de obras y se confirmaba la Ley de Dios, que ocurre por medio de la fe y no a través de la práctica de rituales y formalismo.
Aquellos que no buscan discernir entre cada ley de la que se ocupa el apóstol y excluyen la Ley de Dios, que ocurre por medio de la fe, al proponer excluir la ley de obras lo hacen por propia voluntad. Ellos no recuerdan el verso tres, presente en el capítulo tres, y hacen una búsqueda infructuosa al pretender justificarse detrás de pasajes bíblicos que no dicen lo que pretenden que diga. De esa forma ignoran las Leyes de Dios, que los hombres convinieron llamar “Antiguo Testamento”: las escrituras antiguas.
La fe y la gracia no tienen el sentido que se les atribuyen ni excluyen observar la doctrina. Por eso, el apóstol agrega: “Pero gracias a Dios que, aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina que os transmitieron”. Ro 6:17. Además de decir que la gracia reina por medio de la Justicia. Ro 5:21. Y esta, como ya dijimos, corresponde a los Mandamientos de Dios.
“¿Acaso ignoráis, hermanos (hablo con los que conocen de leyes), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que este vive? La mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras este vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley que la unía a su marido. Así que, si en vida del marido se une a otro hombre, será llamada adúltera. (…) Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la Ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios”. Ro 7:1-4. ¿A qué ley se refiere el apóstol?
El mismo apóstol, en su epístola a los Colosenses, dice: “Él anuló el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, y la quitó de en medio clavándola en la cruz”. Col 2:14. Y lo confirma en su epístola a los Efesios. Observe:
“Porque él es nuestra paz, quien de ambos nos hizo uno. El derribó en su carne la barrera de división, es decir, la hostilidad; y abolió la ley de los mandamientos formulados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos hombres un solo hombre nuevo, haciendo así la paz”. Ef 2:14 y 15.
Entonces, ¿queda claro a qué ley se refiere el apóstol en su epístola a los romanos? (Ro 7:1-4).
Y sigue: “Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la Ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. Mientras vivíamos en la carne, las pasiones pecaminosas, estimuladas por la Ley, obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. Pero ahora estamos libres de la Ley, por haber muerto para aquella a la que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra”. Ro 7:4-6.
Hay quien desee que el Mandamiento del Señor envejezca, y se apoya en este pasaje para afirmar su pretensión. Y no solo en esa cita sino también en otra escritura del apóstol, en la cual dice: “el cual asimismo nos capacitó para ser ministros de un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu, porque la letra mata, pero el Espíritu da vida. Si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa del resplandor de su rostro, el cual desaparecería, ¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del Espíritu?”. 2 Co 3:6-8.
¡Veamos!
Juan, el apóstol del amor, escribió: “Amados, no os escribo un mandamiento nuevo sino el mandamiento antiguo que teníais desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído desde el principio. Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros”. 1 Jn 2:7 y 8, primera y segunda parte. Y a partir del verso doce, él dice: “Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre”. 1 Jn 2:12.
Pero primero él dice que no estaba escribiendo un Mandamiento nuevo sino uno que ya existía desde el principio. Nos informan que el Mandamiento es la palabra que ellos oyeron. Supimos también que ese amor a Su nombre, que garantiza el perdón de los pecados, se traduce en lo siguiente: “Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Jn 1:12. Y para que el lector no piense que ese nombre corresponde a la palabra Jesús o a otra palabra, recomendamos leer el argumento “Un nombre sobre todo el Nombre”. Allí usted verá que el nombre que nos propicia todo, incluso la salvación para la vida eterna, corresponde a los Mandamientos de Dios.
Pedro escribió: “Y, ante todo, tened entre vosotros ferviente amor, porque el amor cubrirá multitud de pecados”. 1 Pe 4:8. Así, el amor al que Juan se refiere se traduce en guardar los Mandamientos del Señor; pues Juan escribió lo que Jesús dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. Jn 14:15.
Y continúa Juan: “Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio”. 1 Jn 2:13, primera parte. Y, ¿cómo fue que los padres Lo conocieron? De acuerdo a lo que el Señor inspiró al mismo apóstol: “En esto sabemos que nosotros lo hemos conocido: en que guardamos sus mandamientos”. 1 Jn 2:3. Por lo tanto, ellos Lo conocieron porque guardaron Sus Mandamientos.
El apóstol dice a los niños que ellos conocieron al Padre, y afirma a los padres que ellos conocen a aquel que existe desde el principio. Y sigue: “(…) Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno”. 1 Jn 2:14. Y más adelante, el apóstol dice: “Ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados”. 1 Jn 2:28. Con relación a la palabra de Dios, recomendamos leer el artículo “La palabra de Dios”, así como el cuestionario de mismo título.
La fe en Su nombre no significa creer en la palabra Jesús, sino creer en Cristo, la palabra de Dios y en Jesús, en el cual están los nombres de Dios. Y, por consiguiente, creer en aquello que Él ha determinado: Su doctrina, Sus enseñanzas, Su Ley.
¡Cristo es la palabra de Dios! Pero, ¿cómo permanecer en Él? La Escritura nos responde, a través del mismo apóstol: “El que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él”. 1 Jn 3:24, primera parte.
Y con relación a 2 Co 3:8, el apóstol dice en seguida: “Pero el entendimiento de ellos se embotó, porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo sin descorrer, el cual por Cristo es quitado. Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos”. 2 Co 3:14 y 15.
Cuando el apóstol dice “cuando se lee a Moisés” se refiere a lo que Moisés escribió, su Ley, que fue escrita en un libro pactado con el pueblo de Israel en Horeb y que corresponde al primer pacto, antes de que Moisés subiera el monte para recibir las tablas de los Diez Mandamientos. El apóstol no se refiere a los treinta y nueve libros de las Sagradas Escrituras, los cuales los escribas modernos convinieron en llamar “Antiguo Testamento”.
Cuando el apóstol dice que nadie se justifica por la ley ni se salvará por las obras de la ley no se refiere a la Ley de Dios. Los Mandamientos de Dios se hicieron en verdad y justicia, y quien practica la justicia es justo. 1 Jo 3:7. Esta práctica se traduce en lo que dice Juan: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. En esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él”. 1 Jn 3:18 y 19.
LA LEY DEL PECADO Y DE LA MUERTE VERSUS LA LEY DEL ESPÍRITU DE VIDA
Dice el apóstol Pablo en su epístola a los Romanos: “¿Qué, pues, diremos? ¿La Ley es pecado? ¡De ninguna manera! Pero yo no conocí el pecado sino por la Ley; y tampoco conocería la codicia, si la Ley no dijera: No codiciarás. Pero el pecado, aprovechándose del mandamiento, produjo en mí toda codicia porque sin la Ley, el pecado está muerto. Y yo sin la Ley vivía en un tiempo; pero al venir el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte, porque el pecado, aprovechándose del mandamiento, me engañó, y por él me mató. De manera que la Ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno. Entonces, ¿lo que es bueno vino a ser muerte para mí? ¡De ninguna manera! Más bien, el pecado, para mostrarse como pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que el pecado, por medio del mandamiento, llegara a ser extremadamente pecaminoso”. Ro 7:7-13.
Consideremos lo que dijo el apóstol:
Que el conocimiento del pecado se origina a través de la ley, donde se concluye que se está refiriendo a la Ley de Dios, que dice: No codiciarás; que el pecado, a partir del momento en que se conoce el Mandamiento, toma fuerza y opera la codicia; que donde no hay ley, el pecado está muerto; y que, estando muerto, no tiene fuerza. Es decir, el pecado se practica naturalmente, pero sin conciencia de pecado. Sin embargo, a partir del momento en que se toma conocimiento a través del Mandamiento de que lo que se practicaba o practica es pecado, entonces el pecado revive, toma fuerza y mata.
Ejemplo:
Hay ocasiones en que nosotros, frente a ciertas circunstancias, violamos la ley de tránsito, incluso involuntariamente, y hasta por desconocimiento de la ley. Y, al tomar conocimiento de esta, recordamos que la transgredimos, incluso si inconscientemente. Así y todo, a partir de que conocemos esa ley que ignorábamos, el pecado, resultante de la transgresión de lo que establece la ley que ignorábamos revive y nos acusa de que somos transgresores. Pero el guardia de tránsito no nos pregunta si conocemos los estatutos de la ley. Pues, en la concepción legal humana, “a nadie se le permite ignorar la ley”. De esta forma, en el caso de que nos atrapan cometiendo un delito, transgrediendo la ley, ya sea conocida o no, pueden castigarnos de acuerdo a lo que establece esa ley.
Así es el Mandamiento de la Ley de Dios. Mientras no se tiene conocimiento de ella, hacemos las cosas que ella veda sin conciencia de transgresión. Pero, a partir del conocimiento de la Ley del Mandamiento, el pecado toma ocasión y se manifiesta maligno. Él mata espiritualmente, pues la transgresión a la Ley de Dios es pecado para la muerte. Es por eso que, donde no hay ley, tampoco existe transgresión.
En otra época, muchas de las acciones que se practican hoy en el tránsito no se consideraban violaciones, pues no había estatutos que impidieran su práctica. Por ello, si no había ley, no era posible haber transgresión. Pero luego que se establece la ley, la transgresión a la misma (que es pecado) resurgió.
Dice el apóstol: “Pero el pecado, aprovechándose del mandamiento, produjo en mí toda codicia”. ¿Qué quiere decir eso?
Hay muchos que sienten placer en transgredir la ley, ya sea de tránsito o no. Para estos, cuanto mayor la prohibición, mejor. Así, sienten placer en cruzar vías públicas con semáforos rojos, adelantar por la derecha, estacionar en lugares prohibidos, adelantar otro vehículo por el arcén, etc. Esta transgresión es excesivamente maligna; después de todo, existe una ley que prohíbe tal procedimiento. Así también ocurre con el pecado de transgresión de la Ley de Dios. Cuando transgredíamos sin conciencia, lo hacíamos sin conocimiento del pecado. Pero si tenemos conocimiento de la Ley de Dios, cuando la transgredimos, el espíritu nos obliga, nuestra conciencia nos acusa y el pecado nos mata. En otras palabras, transgredir la Ley de Dios es pecado para la muerte y hace cesar nuestra relación con la vida: Jesús.
Y el apóstol continúa: “Sabemos que la Ley es espiritual; pero yo soy carnal, vendido al pecado. Lo que hago, no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la Ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que está en mí. Y yo sé que, en mí, esto es, en mi carne, no habita el bien, porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que está en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí, pues según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. Ro 7:14-23.
En este texto, el apóstol muestra la lucha de la carne contra el espíritu, colocándose en la condición de hombre natural y carnal para mostrar o demostrar esa lucha interior. Muestra el conflicto que habrá para observar la Ley de Dios en el caso de que el hombre no se espiritualice. Pues siendo la Ley espiritual, el hombre carnal, aunque siente el deseo de hacer el bien —observar la Ley — no lo logra. Esto ocurre porque él encuentra en sus miembros otra ley que lucha contra la ley de su entendimiento y lo lleva a transgredir, prendiéndolo a la ley del pecado y de la muerte. Si él hace el mal que no quiere hacer, y el bien que desea hacer termina no concretizándose, ya no es él quien lo hace sino el pecado que habita en él. En su desesperación, el apóstol exclama: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?”. Pero a continuación muestra el camino y la solución: ¡Cristo! Y dice: “¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro! Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, pero con la carne, a la ley del pecado”. Ro 7:24 y 25. Y en otra escritura, él dice: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus apetitos”. Ro 6:12.
Por eso Jesús dijo: “Separados de mí nada podéis hacer”. Jn 15:5.
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús (…). Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”. Ro 8:1-2.
Si no hay condenación para los que están en Cristo, debemos saber cómo estar en Él. Y eso es lo que nos dicen las Escrituras. Observe:
“Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él”. 1 Jn 4:16. Y: “Pues éste es el amor a Dios: que guardemos sus mandamientos”. 1 Jn 5:3. “Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él”. 1 Jn 3:24, primera parte.
De esa forma, los que están en Cristo se libran de la ley del pecado y de la muerte, pero se someten a la Ley de Dios, que es espiritual. Y eso no contradice lo que escribió el apóstol, sino que lo confirma. Observe:
“Porque lo que era imposible para la a ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la ley fuera cumplida en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque los que viven conforme a la carne, en las cosas que son de la carne se ocupan; pero los que viven conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ánimo carnal es muerte, pero el ánimo espiritual es vida y paz. Por cuanto la inclinación de la carne es enemistad contra Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede. Así que, los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Y si Cristo está en vosotros, el cuerpo a la verdad está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu es vida a causa de la justicia”. Ro 8:3-10. *
Como vimos anteriormente, para estar en Él es necesario estar en amor, y estar en amor es estar guardando los Mandamientos de Dios, “Pues éste es el amor a Dios: que guardemos sus mandamientos”. 1 Jn 5:3, primera parte y 4:16.
Además, Jesús dijo: “(…) Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”. Jn 6:63. Y, como sabemos, las palabras que Jesús decía consistían en Sus Mandamientos. Vea en el cuestionario.
Aunque al apóstol Juan se lo llame el Apóstol del amor, debido a su abundante literatura sobre el tema, el apóstol Pablo no lo es menos, y veremos por qué más adelante.
Él dice: “Y sabemos que para los que aman a Dios, a todas las cosas obrarán juntamente para su bien, para los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de su Hijo, a fin de que él sea el primogénito entre muchos hermanos”. Ro 8:28 y 29.
¿Y quién ama a Dios?
Dijo el propio Jesús: “Si me amáis guardad mis mandamientos”. Jn 14:15.
¿Y cómo saber si Lo conocemos?
“En esto sabemos que nosotros lo conocemos, Si guardamos Sus mandamientos”. 1 Jn 2:3.
¿Y a quién Él conoció?
“Pero ahora, ya que conocéis a Dios o, más bien, que sois conocidos por Dios”. Gal 4:9, primera y segunda parte.
* Obs. Corregimos el texto por entender que el mismo ha sido traducido erróneamente. Nuestra justificativa está en el trabajo que componemos con el título “¿Quién ha errado, Dios o los hombres?”.
“¿Pues qué diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién a contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Tal como está escrito: Por causa tuya somos puestos a muerte todo el día; somos considerados como ovejas para el matadero. Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. Ro 8:31-39.
Entonces, ¿qué nos podrá separar del amor de Dios, que corresponde a la observación de Sus Mandamientos? ¿Hambre, muerte, acontecimientos presentes o futuros?¿ Poderes, ángeles, principados? ¿Altura o profundidad, o cualquier otra criatura? Nada nos podrá impedir el amor de Dios, cumplir Sus Mandamientos.
“Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia”. Ro 9:16.
Para que se cumplieran las Escrituras y la voluntad de Dios, según leemos en Prov 2:1-6 e Is 28:10, lo que el apóstol Pablo dice lo ratifican o complementan Juan u otro escritor de las Sagradas Escrituras.
Las condiciones inspiradas por Dios a Salomón e impuestas por Dios no se contradicen, sino que se confirman, en lo que convinieron llamar “Nuevo Testamento”.
Por ejemplo, como una de las primeras condiciones para alcanzar el temor del Señor y el conocimiento de Dios, dice la palabra del Señor inspirada en Salomón: “Hijo mío, si recibes mis palabras, y mis mandamientos atesoras dentro de ti”. Pr 2:1.
Jesús es el verbo, la palabra de acción, la palabra de Dios. Y, para salvarse, es condición aceptarlO o recibirlO, de acuerdo a la traducción bíblica revelada a Juan, que dice: “Mas a todos los que lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de llegar a ser hijos de Dios”. Jn 1:12.
Cristo es el nombre de Dios y la regla impuesta por Dios para la salvación. Es una condición creer en ella y, por consiguiente, en todo lo que Él determina para salvarse, pues Jesús es el Ángel del Señor en el cual está su nombre. Observe:
“He aquí yo envío un ángel delante de ti para que te guarde en el camino y te lleve al lugar que yo he preparado. Guárdate delante de él y oye su voz; no le seas rebelde, porque él no perdonará vuestra rebelión, pues mi nombre está en él. Pero si en verdad oyes su voz, y haces todo lo que yo te diga, seré enemigo de tus a enemigos y adversario de tus adversarios. Porque mi ángel irá delante de ti”. Ex 23:20-23 p. parte.
Cierta vez, un joven buscó a Jesús y le inquiere: “Maestro bueno, ¿qué haré para obtener la vida eterna?”. A lo que Jesús le responde: “Si quieres entrar a la vida, guarda los mandamientos”. Mt 19:17.
Cuando concedió los mandamientos, Él dijo: “...hijos hasta la tercera y la cuarta generación (...) que hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos”. Ex 20:6 y Dt. 7:9.
Dijo el Señor a través de Isaías: “Oídme, los que conocéis rectitud, pueblo en cuyo corazón está mi ley. No temáis afrenta de hombre ni tengáis miedo de sus ultrajes. Porque como a vestidura los comerá la polilla, como a lana los comerá el gusano; pero mi justicia permanecerá perpetuamente, y mi salvación de generación en generación”. Is 51:7 y 8.
Comparando lo que dijo Jesús en los versos anteriores y lo que dijo al joven rico, entenderemos cuál es la vereda de la justicia a la cual se refería Salomón cuando dijo: “En el camino de la a justicia está la vida”. Pr 12:28. E incluso el salmista: “Tu justicia es justicia eterna, y tu ley la misma verdad”. Sal 119:142.
Hay aún otro pasaje bíblico que prueba que la vereda de la justicia consiste en los Mandamientos de Dios. Observe:
“Mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia que, después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado”. 2 Pe 2:21.
No veo razones para tener dudas sobre la validez de los Mandamientos de la Ley del Señor. Pero en caso de objeciones sobre la observación del cuarto Mandamiento, guardar el día del Señor, sabremos las razones.
Con el objetivo de justificar su proceder, alguien me dijo que Jesús trabajaba los sábados, y yo le dije: Yo también trabajo, y no soy transgresor. Pues el trabajo que realizo los sábados es el mismo que Jesús realizaba, a pesar de ello, sin transgredirlo: el servicio ministerial. Y la acusación de los fariseos a Jesús no tenía fundamento, pues aquel sábado era un sábado solemne. Observe:
“Después de estas cosas, había una a fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén. Y hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, un estanque que en hebreo es llamado Betesda, el cual tiene cinco pórticos. En estos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos que esperaban el movimiento del agua. Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviera. Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado y supo que ya hacía mucho tiempo que estaba así, le dijo: ¿Quieres ser sano? Señor, le respondió el enfermo, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando se agita el agua, porque entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo. Le dijo Jesús: Levántate, toma tu lecho y anda. Y al instante aquel hombre quedó a sano, y tomó su lecho y se fue caminando. Y aquel día era día de reposo. Entonces los judíos decían a aquel que había sido sanado: Es día de reposo; no te es lícito llevar tu lecho. Él les respondió: El que me sanó, él mismo me dijo: Toma tu lecho y anda”. Jn 5:1-11.
Al comienzo del capítulo se dice que había una fiesta entre los judíos. ¿Cuál era esa fiesta? Una fiesta judía solemne a la cual se los había convocado y había el sábado (descanso), tanto en el primer como en el último día de la celebración. Lv 23:1-8.
En esa ocasión, Jesús dijo que los sacerdotes del templo violaban los sábados y eran culpables. Mt 12:5. Y dice más aún: “Por eso Moisés os dio la a circuncisión (no porque sea de Moisés, sino de los padres), y en el día de reposo circuncidáis al hombre. Si recibe el hombre la circuncisión en el sábado, para que la ley de Moisés no sea quebrantada, ¿os enojáis conmigo porque en sábado sané por completo a un hombre?”. Jn 7:22 y 23.
Otro acontecimiento que ha servido de argumento para aquellos que dicen que Jesús transgredía la Ley de Dios el sábado fue cuando Sus discípulos recogieron un sábado espigas para comer. Pero, cumpliendo la regla establecida por Dios: un poco aquí, un poco allí, concluimos que ese sábado era uno de los sábados solemnes llamados “vuestros sábados” por Dios, y esa información está implícita en el texto escrito por Lucas. Observe:
“Y aconteció que, pasando Jesús por los sembrados en un día de reposo, el segundo después del primero, sus discípulos arrancaban espigas y, restregándolas con las manos, las comían. Y algunos de los fariseos les dijeron: ¿Por qué hacéis lo que no es lícito hacer en los a días de reposo?”. Lc 6:1-2. El término “de reposo, el segundo después del primero” nos hace comprender que aquel era un sábado “festivo”, siendo el segundo del período solemne. El mismo episodio está narrado por Mateo y Marcos, aunque fue a Lucas que el Espíritu Santo concedió que narrara en un modo tal que pudiera dirimir las posibles dudas.
El salmista Asaf profetizó inspiradamente sobre el adviento del Señor y de Su juicio sobre Su pueblo. Y con relación al impío dijo: “Pero al malo dijo Dios: ¿Qué derecho tienes tú de recitar mis estatutos y de tomar mi convenio en tu boca? Pues tú aborreces la disciplina y das la espalda a mis palabras. Si veías al ladrón, te complacías con él, y con los adúlteros era tu parte. Tu boca metías en el mal, y tu lengua urdía engaño. Tomabas asiento y hablabas contra tu hermano; al hijo de tu madre calumniabas. Estas cosas hiciste, y yo he callado; pensabas que de cierto sería yo como tú; pero te reprenderé y las expondré delante de tus ojos. Entended ahora esto, los que os olvidáis de Dios, no sea que os despedace y no haya quien os libre”. Sal 50:16-22.
Como vimos en la cita anterior, el impío también recita los estatutos del Señor y toma Su pacto en su boca. De eso él recuerda. Y porque dice: “Entended ahora esto, los que os olvidáis de Dios”. Porque el impío conoció y no obedeció, como afirmamos cuando explicamos el primer capítulo de la epístola de Pablo a los romanos. Olvidarse de Dios es olvidarse de Sus Mandamientos. Es decir, dejar de cumplirlos.
El pacto del Señor es lo mismo que conocerlo. Es Él el concierto eterno: “Los Diez Mandamientos”. Observe
“Y habló el Señor con vosotros de en medio del fuego; oísteis la voz de sus palabras, pero a excepción de oír la voz, ninguna figura visteis. Y él os anunció su pacto, el cual os mandó poner por obra: los diez mandamientos, y los escribió en dos tablas de piedra”. Dt 4:12 y 13. “Cuando yo subí al monte para recibir las tablas de piedra, las tablas del pacto que el Señor hizo con vosotros, estuve entonces en el monte a cuarenta días y cuarenta noches (...) Y aconteció que, al cabo de cuarenta días y cuarenta noches, el Señor me dio las dos tablas de piedra, las tablas del pacto”. Dt 9:9-11.
Dijo Isaías: “Y la tierra hizo bancarrota bajo sus moradores, porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho, rompieron el pacto sempiterno”. Is 24:5.
Y el salmista: “Redención ha enviado a su pueblo; para siempre ha ordenado su pacto; santo y temible es su nombre”. Sal 111:9.
Es necesario no confundirse con el primer pacto firmado con el pueblo de Israel en Horeb, que consistía en mandatos que no eran buenos, motivo por el cual fueron invalidados por Dios y que el pueblo no cumplió.
Dice el misivista a los hebreos:
“Ahora bien, aun el primer pacto tenía ordenanzas de culto y un santuario terrenal (...) Lo cual es símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto, a que consiste sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas. Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador. Porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive y donde ni aun el primer pacto fue instituido sin sangre. Porque habiendo anunciado Moisés todos los mandamientos de la ley a todo el pueblo, tomó la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua, lana escarlata e hisopo, y roció el mismo libro y también a todo el pueblo, diciendo: Esta es la sangre del pacto que Dios os ha mandado”. Heb 9:1 y 9-20.
“Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado. Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados; porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados. Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley). Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré”. Heb 10:1-16.
De acuerdo al misivista de la epístola a los hebreos, el primer pacto presentaba ordenanzas de servicio sagrado y es una parábola para el tiempo presente, refiriéndose solo a comidas y bebidas, diversas abluciones y ordenanzas de la carne impuestas hasta determinado tiempo de la reforma. Así y todo, Jesús es el mediador de un Nuevo Testamento (pacto convenio).
Dice más: “Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley)”. Heb 10:8.
Como vimos, aquellas cosas mantenían una ley que las regía y que no constan en la Ley de Dios sino en la ley de Moisés, las cuales se escribieron en un libro. De este modo, el primero se retira para que se establezca el segundo.
Y completa: “Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré”. ¿Cuáles son esas leyes? Él mismo dice: “¡Son mis leyes!”. Heb 8:10 y 10:16.
A los hebreos, el misivista dice más aún:
“Por lo tanto, puesto que queda una promesa de entrar en el descanso de él, temamos que en algún tiempo alguno de ustedes parezca no haberla alcanzado. Porque a nosotros también se nos han declarado las buenas nuevas, así como a ellos también; pero la palabra que fue oída no les aprovechó, porque no estaban unidos por fe con los que sí oyeron. Porque nosotros los que hemos ejercido fe sí entramos en el descanso, tal como él ha dicho: Por tanto, juré en mi ira, no entrarán en mi reposo; aunque las obras suyas estaban acabadas desde la fundación del mundo. Porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: Dios reposó de todas sus obras en el séptimo día. Y otra vez dice: No entrarán en mi reposo. Por lo tanto, puesto que falta que algunos entren en él, y aquellos a quienes primero se les anunció la buena nueva no entraron por causa de desobediencia, otra vez determina un día: Hoy, diciendo después de tanto tiempo, por medio de David, como se dijo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones. Porque si Josué los hubiera conducido a un lugar de descanso, Dios no habría hablado después de otro día. Por tanto, queda un reposo sabático para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su reposo, también descansa de sus obras, como Dios de las suyas Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia. Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Heb 4:1-12.
El texto anterior es bastante esclarecedor con relación al séptimo día, el día de descanso; es decir, el sábado del Señor.
Pero hay quienes no respetan ese descanso debido a sus incredulidades, como sucedió con la Israel nominal, y como el misivista ha mencionado a los hebreos. Observe:
“¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos que no pudieron entrar debido a falta de fe”. Heb 3:17 a 19.
Algunas escrituras fueron violentadas cuando la palabra “sabático” se retiró del versículo 9, presente en el capítulo cuatro de esa epístola a los hebreos. Allí se ha dicho: “Por tanto, queda un reposo sabático para el pueblo de Dios”. Heb 4:9.
Oli Prestes
Misionero
Obs. : Esse texto está em língua portuguesa nesta página, com o título: "Pontos difíceis de entender".