PESEBRES DE AMANDA (VERSIÓN EN ESPAÑOL)
Recibo de regalo, de las manos de una persona muy querida, un pesebre cuyas imágenes fueron pintadas por sus manos. En la delicadeza del trabajo era posible testificar que era una pintura a la altura de una mujer que nació para el arte, desde los dedos de las manos hasta los dedos de los pies.
¿Sin embargo, a mis ojos, que hizo con que este pesebre se convirtiera en una auténtica obra sacra?
Para un cristiano lo lógico seria que su valor estuviera centrado en la imagen en sí, ya que se trataba de la representación del nacimiento de un niño cuya existencia provoca controversias en la humanidad. Pero en la vida no hay que quedarse solo con lo palpable y lo visible.
En aquellos colores había fragmentos de fe, promesas, una petición silenciosa, un momento intimo consigo y con Dios.
Quisiera haberle regalado una oración de proprio puño pero, el reconocimiento de mis grandes fallas y mi respeto por lo sagrado no me hicieron sentir digna de ser intermediaria para tamaña reverencia. Aun porque, las fuerzas supremas no hacen uso de abogados para escuchar el corazón de un hijo que lo busca.
Pues así nacieron esas pequeñas palabras:
PESEBRES DE AMANDA
Si en el cielo había luna, ya llegara el momento de conversar con el silencio.
Puso sus zapatillas de ballet porque como danzarina volvería a recibir la taza de leche tibia.
Se sentó apoyando sus brazos en una mesa de piedra fuerte, fortaleza sin clavos, capaz de resistir el peso de los siglos de aquellos pesebres.
Rústicos pinceles, esculpidos en madera de lejanos olivos, estaban esparcidos junto a cuarenta y cuatro frascos de tintas. Para cada color, cuarenta y cuatro gotas de aceite, cáscaras de roble y bálsamo.
Amanda pintaba las imágenes con su tímida oración, perfumándolas con el más puro incienso y adornándolas con la luz viva del oro de sus cabellos.
“Renuncio a las formas de mi cuerpo y la fuente de mi leche, pero aprendo con mis manos plásticas a moldearme en beige arcilla. Por eso hoy sé que me criaste artista. Prepáreme como un profundo mortero. Recibiré todas las piedras brutas y que dentro de mí se machaquen todos los gránulos de mirra. Oxidado ha sido este sabor, pero hago de este sagrado arbusto el remedio que sanará mi cicatriz”.
Se acomodó en la silla y ni siquiera percibió que había amanecido.
Se sentía descansada, como se estuviera apoyando su cabeza en un suave hombro.
A los lectores que me acompañan les revelo que en aquellos tarros de tinta había fragmentos de las simbologías de la Sagrada Escritura: el aceite (símbolo del Espíritu Santo), los pinceles hechos con el Olivo (árbol de mayor significado espiritual); el bálsamo; el incienso, la mirra y el oro (obsequios entregados por los Sabios del Oriente); la mesa dura, fuerte como una fortaleza (quizá los brazos de esta mujer estuvieron apoyados en el muro de la Basílica de Natividad).
En español elegí componer la prosa con el árbol del Roble pues, así como el “carvalho” en la versión en Lengua Portuguesa, ambas son plantas que en la simbología espiritual representan la fortaleza y la resistencia ante las dificultades y lo adverso en la vida.